Nadie regresa a Nueva Orleáns

El Mundo, CARLOS FRESNEDA. Corresponsal, 30-08-2007

Uno de cada tres vecinos no ha vuelto tras el ‘Katrina’ de hace dos años, en una ciudad abandonada por el Gobierno Uno de cada tres vecinos ha decidido no volver a Nueva Orleáns. El Noveno Distrito sigue hundido en el fango y miles de habitantes continúan viviendo en caravanas. La ola de asesinatos asedia la ciudad y la Guardia Nacional tiene que imponer cada dos por tres el toque de queda.


Dos años después del Katrina, un ritmo frenético parece sacudir las zonas ricas de la ciudad, mientras los barrios pobres siguen estancados donde estaban el día después del huracán. El Congreso aprobó 116.000 millones de dólares para la reconstrucción (menos de la cuarta parte del dinero gastado en Irak), pero la actividad pública brilla por su ausencia. Sólo las inversiones privadas y el trabajo denodado de voluntarios como Beacon of Hope, han permitido que barriadas como Lakewood vuelvan a salir a flote pese a la indolencia del Gobierno federal.


El presidente Bush volvió ayer para agasajar a «todos los que han dedicado su vida a la renovación de Nueva Orleáns», pero se encontró de nuevo con una ciudad cargada de ira y de hostilidad. En Jackson Square, el mismo lugar donde Bush prometió hace dos años que la reconstrucción de una Nueva Orleáns «mejor y más grande», se celebró ayer una vigilia por los cerca de 1.600 muertos del huracán y por los que siguen cayendo todos los días, víctimas de la oleada de violencia que no cesa.


La iglesia de Santa Ana se ha convertido en monumento a los caídos en esa guerra callejera que se cobra un muerto al día (26 en el mes de agosto). El padre Bill Terry actualiza el «tablón de los asesinatos», bajo una inscripción donde puede leerse: «Dios es nuestra esperanza y nuestra fuerza, y una ayuda muy presente en momentos de zozobra».


Nueva Orleáns era la ciudad más peligrosa de EEUU antes del Katrina y vuelve a serlo, con una tasa de homicidios de 70 por 100.000 (frente al 7,3 por 100.000 de Nueva York, sin ir más lejos). La criminalidad rampante ha echado raíces en los barrios más desolados de la ciudad, como el Noveno Distrito Bajo, donde siguen sin funcionar los servicios básicos y la mitad de las casas están en ruinas.


Varias juntas municipales o «parroquias», como la de la maltrecha St. Bernard, siguen instaladas en caravanas, y la misma suerte corren los bomberos del parque número 18. «Los fondos públicos para la reconstrucción no llegan», denuncia el capitán Paul Hellmers en el USA Today. La controvertida Agencia de Emergencia Federal (FEMA) ha puesto sobre la mesa tan sólo una sexta parte de los 600.000 dólares necesarios para volver a levantar el parque de bomberos.


Pese a la aparente sensación de normalidad, lo cierto es que la ciudad se ha quedado en el 67% de su población original de 300.000 habitantes. La mano de obra barata – casi siempre inmigrantes hispanos ilegales – ha suplido el vacío dejado por las bolsas de población negra «desplazadas» a Alabama, Arkansas y otras localidades del interior de Louisiana. Los alquileres se han disparado un 45% después del huracán, y el factor monetario ha sido decisivo a la hora de atraer a una creciente y pudiente minoría blanca, como la que ha repoblado el barrio Lakewood, uno de los más castigados por las inundaciones que dejaron bajo el agua más del 70% de la ciudad. Y Nueva Orleáns sigue entre tanto desprotegida ante la posibilidad de otro huracán como el Katrina.

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