El sueño americano, una pesadilla en las vías del sur

El Universal, ALEJANDRO SUVERZA, 21-08-2007

ARRIAGA, Chis.— De las rutas ferroviarias del sureste mexicano, la que más lacera es la de la Costa. En un libro de registro de ciudadanos centroamericanos que en los últimos tres años ingresaron a México para alcanzar Estados Unidos, miles de inmigrantes han descrito que en su trayectoria mexicana a pie o arriba del tren fueron asaltados o extorsionados por militares, policías, agentes de migración, trabajadores ferrocarrileros, transportistas y delincuencia organizada, armada con rifles largos como el llamado AK – 47 y el AR – 15.

De enero a julio de este año, 4 mil 243 migrantes han puesto su nombre en libretas de la Casa del Migrante en Arriaga, Chiapas, y 48.8 % aseguró que fue asaltado en la llamada Ruta de la Costa.

Pertenencias y un millón 593 mil 567 pesos les fueron robados.

Hombres y mujeres de entre 16 y 35 años, algunos de ellos acompañados de sus hijos. Agricultores, albañiles, pintores, choferes, estudiantes y carpinteros, secretarias, cocineras, tortilleras y contadores, maestros y soldadores, ingenieros y maquiladoras, son el termómetro de los centroamericanos que ahora se encuentran varados en el sureste del país.

Sobre los rieles ferroviarios de México yace Centroamérica.

Salvadoreños, hondureños, guatemaltecos y nicaragüenses que se tumban en los durmientes de las vías o se esconden entre matorrales en espera de que los trenes de la ruta Chiapas – Mayab reanuden sus actividades, interrumpidas el pasado 28 de julio cuando la empresa estadounidense Genesse & Wyoming les desalentó y les hizo más sufrible la diáspora hacia el norte de México y un poco más allá.

Ahora muestran sus pies con llagas, se detienen a recuperarse días enteros. Porque en la ruta de la Costa hubo necesidad de caminar 180 kilómetros más ante la falta de vagones o furgones que abordar.

Algunos se esconden entre matorrales o se arriesgan a abordar transportes locales que les llegan a cobrar hasta 10 veces más el costo del pasaje.

Otros son perseguidos en operativos que las autoridades mexicanas han aplicado durante la última semana. En Medias Aguas, Veracruz —el punto donde se unen los trenes que vienen de Oaxaca y Tabasco— los migrantes fueron bajados y amedrentados por las autoridades hasta que el ferrocarril que va al estado de México desapareció.

Para muchos, el tren es un mal necesario porque de cualquier forma los ciudadanos centroamericanos no claudicarán en su meta de llegar a Estados Unidos. “Para ellos el tren es imprescindible. Lamento que no funcione porque la gente de cualquier forma subirá”, dice la vicecónsul de Guatemala, Sonia Díaz.

El padre Herman Vázquez, quien dirige un albergue para migrantes en Arriaga, Chiapas, asegura que por la desesperación son muchos quienes se han ido a entregar, pero las autoridades migratorias los rechazan. “No los entiendo, si los encuentran por ahí los persiguen, y si se entregan, les dicen que se vayan por donde vinieron”.

En la región llueve casi todos los días. En un recorrido que hizo EL UNIVERSAL por los estados de Chiapas, Oaxaca y Veracruz se pudo corroborar que el tren y sus migrantes son la carne de cañón para los asaltantes y autoridades mexicanas.

Debajo de una ceiba del pueblo de Arriaga en Chiapas, se encuentra Edwin, que lleva 22 días de recorrido desde que salió desde la capital de Nicaragua. Con él viaja su esposa Guillermina, sus tres hijos, su sobrina y dos amigos de la familia. “A lo que mande Dios compa. La economía del país está fregada”, dice. El migrante de 45 años contó que en un punto conocido como “Viva México”, unas personas vestidas de civiles que se identificaron como judiciales les obligaron a desnudarse, quisieron besar a su sobrina. Les llevaron a una oficina y les robaron los 300 dólares a cambio de dejarlos ir.

La familia sobrevivió con el apoyo de los pobladores. Ahora valoran si caminarán por las vías del tren llenas de maleza que los podría conducir a Ixtepec —el punto de donde corre el ferrocarril de la empresa Ferrosur—, pero tardarían más de 14 días porque llevan a un niño de seis años y sólo pueden caminar tramos de tres kilómetros.

Rosita Isabel, una mujer chiapaneca de gran tamaño, que vive al lado de la vía del tren, a unos 50 kilómetros de Arriaga, dice que no han dejado de pasar los migrantes, sobre todo en la noche. De día les regala tortillas y huevos, pero no puede hacer más. “No los dejamos que descansen aquí porque no queremos tener problemas con las autoridades”.

En Chahuites, Oaxaca, otro de los puntos al que en automóvil se llega en poco más de una hora, un grupo de ocho hondureños aseguran que se unieron para caminar en grupo durante ocho horas. Estaban tirados en la estación, todos con los pies fuera de los zapatos o las chanclas que en el recorrido les fueron regalados. La noticia de que el tren Chiapas – Mayab había dejado de correr le sorprendió en Tonalá, muy cerca de la frontera con Guatemala. Sólo dos de ellos viajan con una mochila como equipaje, a los demás les fueron robadas sus pertenencias.

“Lo que yo pienso es por qué tanto problema, que lo dejen a uno en paz, si uno nada más está de paso por este país”, dijo el migrante.

El Pastoral de la Movilidad Humana que dirige el padre Alejandro Salalinde, es la meta. El albergue es ayudado con frutas y verduras por los mercados municipales de Juchitán de Zaragoza e Ixtepec. Los dueños del Castillo del Dulce, además de donar galletas, surten de cartones para que los migrantes puedan dormir en una capilla que todavía no ha sido terminada de construir y que es el único techo para cubrirse en este tiempo de lluvias. El párroco calcula que por lo menos llegan a su albergue 5 mil personas al mes. Los que se caen o se quedan dormidos en las vías del tren y son mutilados, han sido trasladados a una casa de asistencia social en Tapachula. “Hemos realizado reuniones con defensores de Derechos Humanos, consulares y de organizaciones religiosas y civiles y los ojos están puestos en Arriaga, Chiapas; Tenosique, Tabasco y Ciudad Ixtepec, Oaxaca, después de que el tren dejó de funcionar”.

Ferromex, la otra empresa que corre hacia el sueño americano, sigue en función y a la comunidad de Medias Aguas, en territorio veracruzano, han logrado llegar más de 200 centroamericanos. Virgilia Jiménez dice que son ellos los que hacen vivir al pueblo. Las vías que son el punto de conexión del tren que viene de Coatzacoalcos, entonces se convierten en una especie de campamentos. Los vendedores de quesadillas, tortas, refrescos y cigarros se la pasan todo el día sobre las vías o cubriéndose del sol con furgones abandonados. Mientras, los centromericanos duermen bajo los vagones, juegan o caminan sobre la grava. Cuentan los pobladores que un hombre contactado con los polleros es el que se encarga de darles de comer y alojarlos como si se tratara de un paquete turístico.

En Chiapas, el grupo Beta Sur ayuda con una embarrada de pomada para cicatrizar llagas o con una lata de atún para ocho personas. La oficial del grupo de auxilio al migrante, María del Carmen Obregón, aseguró que no hay recursos, que no tenían ni para la gasolina. Pero en el lado oaxaqueño y veracruzano, donde no hay betas, la población es la que hace el trabajo social. A cambio de comida y un poco de dinero, los pobladores los ocupan para realizar trabajos comunitarios.

No todo es convivencia, hace 10 días en Tierra Blanca, el otro punto de encuentro de trenes, dos columnas de militares acecharon el tren que corría al norte. Con sus lámparas hicieron de día el escenario nocturno y bajaron a todos los centroamericanos. El jueves pasado, la acción no fue tan aparatosa, policías preventivos respondieron a un llamado de la empresa Ferrosur para desalojar e impedir que los migrantes subieran a un tren que transportaba productos químicos. No hubo detenidos. “Estamos aquí en espera, pero está vez aunque venga la policía a asustarnos con su sirena, nos vamos a subir”, dice Marina, una hondureña que se apoya cada que puede en palabras religiosas.

ARRIAGA, Chis.— De las rutas ferroviarias del sureste mexicano, la que más lacera es la de la Costa. En un libro de registro de ciudadanos centroamericanos que en los últimos tres años ingresaron a México para alcanzar Estados Unidos, miles de inmigrantes han descrito que en su trayectoria mexicana a pie o arriba del tren fueron asaltados o extorsionados por militares, policías, agentes de migración, trabajadores ferrocarrileros, transportistas y delincuencia organizada, armada con rifles largos como el llamado AK – 47 y el AR – 15.

De enero a julio de este año, 4 mil 243 migrantes han puesto su nombre en libretas de la Casa del Migrante en Arriaga, Chiapas, y 48.8 % aseguró que fue asaltado en la llamada Ruta de la Costa.

Pertenencias y un millón 593 mil 567 pesos les fueron robados.

Hombres y mujeres de entre 16 y 35 años, algunos de ellos acompañados de sus hijos. Agricultores, albañiles, pintores, choferes, estudiantes y carpinteros, secretarias, cocineras, tortilleras y contadores, maestros y soldadores, ingenieros y maquiladoras, son el termómetro de los centroamericanos que ahora se encuentran varados en el sureste del país.

Sobre los rieles ferroviarios de México yace Centroamérica.

Salvadoreños, hondureños, guatemaltecos y nicaragüenses que se tumban en los durmientes de las vías o se esconden entre matorrales en espera de que los trenes de la ruta Chiapas – Mayab reanuden sus actividades, interrumpidas el pasado 28 de julio cuando la empresa estadounidense Genesse & Wyoming les desalentó y les hizo más sufrible la diáspora hacia el norte de México y un poco más allá.

Ahora muestran sus pies con llagas, se detienen a recuperarse días enteros. Porque en la ruta de la Costa hubo necesidad de caminar 180 kilómetros más ante la falta de vagones o furgones que abordar.

Algunos se esconden entre matorrales o se arriesgan a abordar transportes locales que les llegan a cobrar hasta 10 veces más el costo del pasaje.

Otros son perseguidos en operativos que las autoridades mexicanas han aplicado durante la última semana. En Medias Aguas, Veracruz —el punto donde se unen los trenes que vienen de Oaxaca y Tabasco— los migrantes fueron bajados y amedrentados por las autoridades hasta que el ferrocarril que va al estado de México desapareció.

Para muchos, el tren es un mal necesario porque de cualquier forma los ciudadanos centroamericanos no claudicarán en su meta de llegar a Estados Unidos. “Para ellos el tren es imprescindible. Lamento que no funcione porque la gente de cualquier forma subirá”, dice la vicecónsul de Guatemala, Sonia Díaz.

El padre Herman Vázquez, quien dirige un albergue para migrantes en Arriaga, Chiapas, asegura que por la desesperación son muchos quienes se han ido a entregar, pero las autoridades migratorias los rechazan. “No los entiendo, si los encuentran por ahí los persiguen, y si se entregan, les dicen que se vayan por donde vinieron”.

En la región llueve casi todos los días. En un recorrido que hizo EL UNIVERSAL por los estados de Chiapas, Oaxaca y Veracruz se pudo corroborar que el tren y sus migrantes son la carne de cañón para los asaltantes y autoridades mexicanas.

Debajo de una ceiba del pueblo de Arriaga en Chiapas, se encuentra Edwin, que lleva 22 días de recorrido desde que salió desde la capital de Nicaragua. Con él viaja su esposa Guillermina, sus tres hijos, su sobrina y dos amigos de la familia. “A lo que mande Dios compa. La economía del país está fregada”, dice. El migrante de 45 años contó que en un punto conocido como “Viva México”, unas personas vestidas de civiles que se identificaron como judiciales les obligaron a desnudarse, quisieron besar a su sobrina. Les llevaron a una oficina y les robaron los 300 dólares a cambio de dejarlos ir.

La familia sobrevivió con el apoyo de los pobladores. Ahora valoran si caminarán por las vías del tren llenas de maleza que los podría conducir a Ixtepec —el punto de donde corre el ferrocarril de la empresa Ferrosur—, pero tardarían más de 14 días porque llevan a un niño de seis años y sólo pueden caminar tramos de tres kilómetros.

Rosita Isabel, una mujer chiapaneca de gran tamaño, que vive al lado de la vía del tren, a unos 50 kilómetros de Arriaga, dice que no han dejado de pasar los migrantes, sobre todo en la noche. De día les regala tortillas y huevos, pero no puede hacer más. “No los dejamos que descansen aquí porque no queremos tener problemas con las autoridades”.

En Chahuites, Oaxaca, otro de los puntos al que en automóvil se llega en poco más de una hora, un grupo de ocho hondureños aseguran que se unieron para caminar en grupo durante ocho horas. Estaban tirados en la estación, todos con los pies fuera de los zapatos o las chanclas que en el recorrido les fueron regalados. La noticia de que el tren Chiapas – Mayab había dejado de correr le sorprendió en Tonalá, muy cerca de la frontera con Guatemala. Sólo dos de ellos viajan con una mochila como equipaje, a los demás les fueron robadas sus pertenencias.

“Lo que yo pienso es por qué tanto problema, que lo dejen a uno en paz, si uno nada más está de paso por este país”, dijo el migrante.

El Pastoral de la Movilidad Humana que dirige el padre Alejandro Salalinde, es la meta. El albergue es ayudado con frutas y verduras por los mercados municipales de Juchitán de Zaragoza e Ixtepec. Los dueños del Castillo del Dulce, además de donar galletas, surten de cartones para que los migrantes puedan dormir en una capilla que todavía no ha sido terminada de construir y que es el único techo para cubrirse en este tiempo de lluvias. El párroco calcula que por lo menos llegan a su albergue 5 mil personas al mes. Los que se caen o se quedan dormidos en las vías del tren y son mutilados, han sido trasladados a una casa de asistencia social en Tapachula. “Hemos realizado reuniones con defensores de Derechos Humanos, consulares y de organizaciones religiosas y civiles y los ojos están puestos en Arriaga, Chiapas; Tenosique, Tabasco y Ciudad Ixtepec, Oaxaca, después de que el tren dejó de funcionar”.

Ferromex, la otra empresa que corre hacia el sueño americano, sigue en función y a la comunidad de Medias Aguas, en territorio veracruzano, han logrado llegar más de 200 centroamericanos. Virgilia Jiménez dice que son ellos los que hacen vivir al pueblo. Las vías que son el punto de conexión del tren que viene de Coatzacoalcos, entonces se convierten en una especie de campamentos. Los vendedores de quesadillas, tortas, refrescos y cigarros se la pasan todo el día sobre las vías o cubriéndose del sol con furgones abandonados. Mientras, los centromericanos duermen bajo los vagones, juegan o caminan sobre la grava. Cuentan los pobladores que un hombre contactado con los polleros es el que se encarga de darles de comer y alojarlos como si se tratara de un paquete turístico.

En Chiapas, el grupo Beta Sur ayuda con una embarrada de pomada para cicatrizar llagas o con una lata de atún para ocho personas. La oficial del grupo de auxilio al migrante, María del Carmen Obregón, aseguró que no hay recursos, que no tenían ni para la gasolina. Pero en el lado oaxaqueño y veracruzano, donde no hay betas, la población es la que hace el trabajo social. A cambio de comida y un poco de dinero, los pobladores los ocupan para realizar trabajos comunitarios.

No todo es convivencia, hace 10 días en Tierra Blanca, el otro punto de encuentro de trenes, dos columnas de militares acecharon el tren que corría al norte. Con sus lámparas hicieron de día el escenario nocturno y bajaron a todos los centroamericanos. El jueves pasado, la acción no fue tan aparatosa, policías preventivos respondieron a un llamado de la empresa Ferrosur para desalojar e impedir que los migrantes subieran a un tren que transportaba productos químicos. No hubo detenidos. “Estamos aquí en espera, pero está vez aunque venga la policía a asustarnos con su sirena, nos vamos a subir”, dice Marina, una hondureña que se apoya cada que puede en palabras religiosas.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)