EE UU deporta a una mujer refugiada en una iglesia un año para no separarse de su hijo

«No soy terrorista, sólo una madre con un hijo norteamericano», dijo la mujer antes de ser devuelta a México

Diario Vasco, MERCEDES GALLEGO, 21-08-2007

NUEVA YORK. DV. Sonó el ulular de las sirenas, y antes de que pudiera reaccionar estaba acorralada. Varios coches y furgonetas de cristales ahumados rodearon el vehículo al que acababan de entrar Elvira Arellano, de 32 años, y su hijo Saulo de 8. El niño se aferró a la cintura de su madre, pero ya era demasiado tarde. La aventura había terminado, y la relación entre esta madre y su hijo, también.

Durante más de un año Arellano ha vivido refugiada en una iglesia de Chicago donde decidió desafiar la orden de deportación del gobierno estadounidense. «No soy una terrorista», repetía continuamente, «sólo un madre soltera con un hijo que es ciudadano americano». Arellano sostiene que su hijo sufre un problema llamado «Attention Deficit Disorder» (ADD), para el que recibirá mejor tratamiento médico en EE UU que en México, por lo que se niega a arrebatarle esa oportunidad, y aún menos a dejarlo solo.

Su estrategia había convertido a la Iglesia Metodista de Adalberto en su propia prisión, desde donde se irguió como activista del grupo La Familia Latina Unida, de la que es presidenta. Según un informe del Pew Hispanic Center, el año pasado había 3,1 millones de niños en EE UU con al menos un progenitor sin papeles.

Un drama que deja a las familias divididas por una frontera cada vez más difícil de franquear. A medida que se refuerza la vigilancia, el precio es más alto. Y no se trata de los 3.000 dólares que hay que pagar al coyote por un viaje de pesadilla del que pocas mujeres salen sin ser violadas, sino de dejarse la vida en el desierto o en el Río Bravo, que van siendo los únicos caminos abiertos.

Rosa Park de los latinos

Para algunos, Elvira Arellano era la Rosa Park de los latinos. La mujer que un día desafió leyes injustas y decidió sentarse en el autobús del progreso y la dignidad. Pero en realidad, Arellano se ha pasado un año de rodillas en los bancos de la iglesia hasta que decidió jugársela la semana pasada. Se montó en un coche y condujo hasta Los Ángeles para dar charlas en otras cuatro iglesias que también sirven de santuario para emigrantes ilegales que encaran la deportación. Allí a las afueras de La Placita, como se conoce a la Iglesia de Nuestra Señora de los Angeles, la acorralaron 15 agentes armados de los servicios de inmigración, dispuestos a poner fin a su órdago. Esa misma noche dormía en Tijuana.

El padre Walter Coleman, que por el momento se ha quedado al cuidado del niño, dice haber hablado con ella por teléfono y promete que seguirá luchando para que el Congreso interceda por las familias repartidas a ambos lados de la frontera. El gobierno dice que no hay necesidad de romper los lazos familiares, siempre pueden llevarse sus hijos con ellos. «Lo que no se puede permitir es que se escondan detrás de sus hijos para burlar la ley», opina Ira Mehlman, jefa de prensa de la organización para la Federación por la Reforma Migratoria de EE UU.

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