Cabina de confesiones

El País, MARITZA GARCÍA, 18-08-2007

En la pared hay siempre una imagen de La Meca y relojes que indican la hora de varios países. Desde una pantalla de televisión va transcurriendo alguna película de Lolywood o Bollywood, mientras las puertas se abren y cierran repitiendo el mismo ritual: marcar, hablar, colgar.

- ¡Amigo! ¡No se escucha, amigo!

- Cuando te contesten aprieta almohadilla.

Voces sincronizadas en horarios dispares cuentan historias en tagalo, ruso, punjabi, rumano, quechua, urdu, árabe, bangla, bereber, hindi, francés, inglés, italiano, portugués, alemán, guaraní, catalán y español.

El locutorio es el confesionario moderno. Sus cabinas son cómplices del deseo y la añoranza, mensajeras de la desesperación y la ilusión. Antídoto contra el aburrimiento.

Cuando cae la tarde, los amantes se besan en danzas verbales que mitigan la distancia. Se miran con el oído y se tocan con la voz.

Madres que abrazan a sus hijos en encuentros que se cobran a diez céntimos por minuto. Padres que desde el destierro reprenden a los suyos:

“Con ese dinero te compras tu chompita, pero no te lo gastes todo. No abuses. Obedece a tu madre y a tus abuelos. Ya no riñas con tu hermano m’hija, no quiero volver a escuchar una queja de tu madre”.

Los pequeños que andan por ahí juegan con las puertas, dejando las marcas de sus dedos ensalivados y pegajosos. Ellas se enojan: “¡Deja ya!, ¡compórtate!”. Los niños se fastidian, también quieren hablar.

Cabinas intermediarias de sentimientos, arreglos familiares y asuntos laborales.

“Que me han estafado, me sacaron 3.000 euros para hacerle los papeles a mi hermano y se quedaron con la plata”.

En total, 17 compartimentos, uno junto del otro, enmarcan rostros multicolores que se descubren desde el cristal: una mujer africana de prolongadas trenzas se aferra al teléfono sin parpadear, una española con ropa diminuta y grandes problemas se aflige al hablar: “Te lo he dicho, se pasa todo el día con pastillas, ya no aguanto más”.

Las cabinas siguen escuchando. Un paquistaní pregunta por la familia en Islamabad: “Tumhry khandan ka kia hal hi”. Una rumana comienza la conversación: “Alo priviet cak dila”, “buna. Cum traiti”. Una filipina avisa al otro lado del mar que ha encontrado trabajo: “Akoy maligaya, meron na akong trabaho”. Un viajero revela sus coordenadas: “Hallo… ja, wir sind gut angekommen, ja… suuuper Barcelona!”. Un argelino miente a su madre y dice que se encuentra bien: “Rani labass el hamdú li allah”.

Bendito refugio de forasteros es esa esquina de las barcelonesas calles de Carretes y la Cera, donde pocos conocen aquello: “Al carrer de les Carretes hi ha un carro, un carretó, que carrega i descarrega carretades de carbó”; pero con toda seguridad, ahí a nadie se le traba la lengua.

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