Heterogeneidad racial insular

El Día, El Variscazo Monty, 27-07-2007

POR CIRCUNSTANCIAS que no vienen al caso, ayer estuve aparcado más de dos horas en las inmediaciones de mi domicilio chicharrero, cercano al puente de Zurita. Y como el tiempo de espera siempre suele ser más largo de lo habitual, me dediqué a contabilizar los transeúntes que por allí pasaron. Como eran las horas previas a la noche eché en falta la presencia del loquito local, que con puntualidad inglesa se ausenta para coger la guagua de retorno a su casa, situada en un barrio de la periferia. Comenzó limpiando coches y ha terminado siendo el rostro permanente de una calle céntrica y tranquila a la vez. De ese modo, mientras contaba los transeúntes, sonreí pensando en una de sus últimas sentencias: “¿Sabes por qué el avión que viene de la Península da una curva cerrada cuando sobrevuela la ciudad?; pues para despertar a los pasajeros y así prepararlos para el aterrizaje”.

Como les decía, calculé hasta cansarme el número de peatones y pude constatar con sorpresa que el setenta por ciento, digo bien, eran inmigrantes de ambos sexos con sus inconfundibles rasgos amerindios. Y si esto sucede ya en una zona céntrica de la ciudad, se pueden ustedes imaginar la disparatada babel multirracial que está copando casi todos los puestos laborales dependientes del sector servicios en el abigarrado, caluroso y pujante suroeste turístico. Un hecho que contemplo todos los fines de semana, con ese instinto de curiosidad y preocupación, a la vez, para asimilar todo lo que acontece y, en ocasiones como ésta, volcarlo en un breve comentario que induce a la reflexión de hasta dónde podremos seguir incrementando la imparable corriente inmigratoria. Porque lo que resulta evidente es que la realidad visual es mucho mayor que la estadística que nos informa de nuestro crecimiento demográfico en un espacio limitado, y no necesariamente venido de los países subsaharianos, porque sólo suponen del 7 al 9 por ciento, según datos de Cáritas, de los arribados a la Isla.

Dadas las condiciones climatológicas del sur y mi incurable fobia al calor, resumo mis salidas a primeras horas de la mañana y a últimas de la tarde-noche; siendo el teatro de mis correrías el tramo de Los Cristianos hasta Las Américas y circunstancialmente hasta el final del viario en Los Gigantes. El inexorable paso de los años ha modificado la fisonomía de la zona hasta el punto de hacerla irreconocible, con algunos aciertos y muchos defectos de permisividad constructora (culpables, los ayuntamientos). Lo que antes era zona de unión entre las dos urbes turísticas hoy es la llamada playa de Las Vistas y todo un entorno de construcciones hoteleras de alta calidad, con sus correspondientes centros comerciales de lujo, con precios acordes al aparente poder adquisitivo de los residentes en la zona. Invito a pasear por todo este complejo de galerías, donde podrán encontrar artículos de cualquier parte del mundo, así como una oferta gastronómica de distintos países y estilos de cocina; aunque la inmensa mayoría, aparte de los bazares hindúes que no acostumbran a contratar foráneos, está prácticamente cubierta por extranjeros de todas las nacionalidades. Nos puede tomar la comanda un maitre mauritano y servirnos posteriormente un marroquí, mientras un chino, imitando a la perfección la voz de Louis Amstrong, carraspea su más conocida balada, de cuyo nombre no puedo acordarme. Y por si luego nos apetece un helado, nos detenemos en un puesto anexo a una cafetería para ser atendidos por una sudamericana solícita y luego, por el rabillo del ojo, la vemos chupándose la pala hasta dejarla totalmente limpia para el próximo cliente. A eso se le llama tener carné de manipulador de alimentos y lo demás es bobería.

Pero no me detengo aquí. Si por alguna casualidad tienen que acudir al servicio, estos están generalmente en la planta superior o inferior, junto a una estrecha cocina humeante y calurosa en donde un cocinero (se supone) y media docena de sudorosos pinches (aquí entran los de color o chinos también) se afanan en preparar unos suculentos (¿?) platos de discutibles condiciones higiénicas. Un hecho absolutamente desapercibido para la inmensa mayoría de los comensales “guiris”; los cuales, templados por las bebidas de tapón irrellenable (el que lo crea), se tragan lo que sea aunque les den gato por liebre. Luego, si se quiere, podemos alquilar un coche tirado por un sufrido jamelgo, con un auriga de color como contraste (los he visto hasta vestidos de charros como ganchos en la puerta de los restaurantes). También, y desde que oscurece, surgen como setas los vendedores ambulantes, chinas y sudafricanos, intentando vendernos las primeras todo un surtido de artilugios luminosos, unos peluches a pilas, un gorro-sombrilla y unas piedras que producen un extraño zumbido al juntarse; mientras que los segundos siguen con su tónica habitual de relojes y gafas de imitación, algo de marroquinería y tallas en madera. De regreso a casa, esparcidos por todo el trayecto, nos van abordando a veces hasta el agobio toda una pléyade de seres con propuestas de lo más dispar; desde el famoso “time sharing”, pasando por los restaurantes, excursiones normales y hasta subidas de tono. De tramo en tramo, sobre el alféizar de un escaparate, podemos encontrar anuncios de mano de salas de fiestas (con servicio completo opcional), dejadas probablemente por un repartidor mal pagado.

Es difícil, muy prolijo, resumir lo que la objetividad puede captar en un entorno en donde puede ocurrir cualquier cosa y donde uno se siente como un extraño en su propia tierra, a veces, incluso, con esa sensación de inseguridad que da lo desconocido ante la cantidad de personas, que por su actitud u oficio no presentan los rasgos típicos de un turista, a pesar de que en su pasaporte indique lo contrario.

Visto lo cual, y sin pretender cargar lo descrito de tintes xenófobos, respetamos el derecho al trabajo ajeno, venga de donde venga, pero ya es hora de delimitar (yo diría que menos de un 4%, señor don Paulino Rivero), la contratación legal de foráneos. De ilegalidades, también tengo algunas perlas que exponer en otro momento (con sueldos que oscilan entre los 300 y 800 euros en horario ilimitado). Pero no queda espacio para señalar a estos empresarios miserables que se enriquecen a costa de la pobreza e incapacidad ajena.

jcvmonteverde@hotmail.com

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