Los comerciantes inmigrantes se asocian con los locales en el Fondo

La Vanguardia, LUIS BENVENUTY - STA. COLOMA DE GRAMENET, 23-07-2007

Nuevo paso a la convivencia. Tenderos extranjeros del multicolorido barrio del Fondo de Santa Coloma de Gramenet se están adheriendo a la asociación de comerciantes locales, los de toda la vida. Los números no son espectaculares, pero reflejan un cambio de tendencia: hasta ahora los inmigrantes se habían asociado en función de su origen, entre ellos. Su condición de inmigrante era su característica más relevante. Pero ahora muchos quieren ser ciudadanos y comienzan a asociarse con aquellos con los que comparten objetivos económicos, con los de su gremio, independientemente de dónde nacieran. En el Fondo la mitad de la población es extracomunitaria.

“Me apunté a Fondo Comerç hace dos meses porque estoy cansado de que me llamen inmigrante”, dice Bahluli el Husin, propietario de un bazar en la calle Dalmau. Bahluli trabajó durante cerca de diez años cargando cajas para ahorrar lo necesario para arrancar su negocio. “Quiero ser como todo el mundo y la mejor manera de conocer mis derechos y obligaciones es uniéndome a la asociación de comerciantes. Muchas veces uno incumple la ley porque la desconoce. Aquí te enteras de todo. Aquí ya no somos ni blancos ni negros, somos comerciantes. Y yo lo que quiero es que mis hijos sean considerados catalanes, auténticos ciudadanos, y no inmigrantes”.

Maria Teresa Castellví, presidente de Fondo Comerç, dice que la entidad nació hace un año para aglutinar una multitud de pequeñas agrupaciones. “Ya hemos conseguido la adhesión de algo menos de la mitad de los negocios del barrio. Somos unos 130 asociados. Y en sólo seis meses hemos logrado que casi veinte comerciantes extranjeros formen parte de Fondo Comerç. Es el principio. En el Fondo hay unos setenta negocios regentados por extranjeros”. Su adhesión a Fondo Comerç es paralela a la pérdida de peso en el barrio de la Asociación de Trabajadores y Empresarios Chinos de Santa Coloma. Porque el lugar de procedencia nunca fue un verdadero interés común. “Es importante que los inmigrantes se unan a nuestras asociaciones porque es el modo de asegurarnos de que cumplen la ley y respetan nuestras costumbres – sigue Castellví-. Tensiones hay, y las habrá; pero los comerciantes extranjeros que se adhieren a Fondo Comerç cumplen los horarios, y eso ayuda a la convivencia. Tuve aquí una tintorería 47 años. Soy catalana, y a muchos no les gustó la llegada masiva de andaluces en los sesenta. Decían que hacían ruido, que vivían hacinados, que sus comidas no olían bien…, pero luego todos nos amoldamos. Ahora pasa algo parecido, pero más complicado porque la comunicación es un problema”.

Uno de los últimos en unirse a Fondo Comerç es Pablo Yu. En realidad se llama Xiaofeng, pero como es uno de los miembros de la comunidad católica china del Fondo prefiere que lo llamen con el nombre de un santo. Además, a los chinos afincados en estas tierras les gusta adoptar nombres que los occidentales puedan pronunciar. “Me apunté porque por veinticinco euros al mes te hacen publicidad y ayudan con el papeleo”. Pablo tiene un estudio fotográfico desde el 2001: bodas, comuniones, bautizos… Además, alquila trajes de novia.

“Al principio – retoma Pablo- todos mis clientes eran chinos”. Es que los gustos chinos a la hora de inmortalizar el día de la boda son especialmente barrocos, sólo comparables a los pakistaníes. Les encantan las alteraciones digitales plagadas de corazones y flores, cuanto más vistosas y coloridas mucho mejor, y los fotomontajes. “Ahora cada vez trabajo más con pakistaníes y sudamericanos, y también con españoles, especialmente con gitanos. Cada vez hay más bodas mixtas entre chinos y españoles”. En un corcho está clavada la fotografía de una joven. “Es Jessica, mi mujer… Ella ya es chinese banana: amarilla por fuera y blanca por dentro”.

La instantánea es del fotógrafo de este diario Xavier Cervera, publicada a finales del 2004. Jessica aún no se había casado con Pablo y regentaba en el Fondo un súper de comida china. Aquel día, la joven posó junto a un saco de medusas en salmuera. Aquellos meses testimoniaron la proliferación de establecimientos comerciales dirigidos a chinos: cafeterías web con el software en mandarín, peluquerías orientales, herbolarios sin etiquetas en castellano o catalán…, al poco los comerciantes de siempre organizaron caceroladas y colgaron crespones negros.

Jessica, que a sus 25 años lleva tres lustros en Catalunya, dice que su supermercado nunca fue sólo para chinos: “eran los catalanes los que no querían entrar. Supongo que luego vieron que nadie se moría por comer lo que vendíamos y comenzaron a animarse a entrar. Ahora el barrio está menos dividido. Es más barrio”. Jessica y Pablo tienen dos hijos: Joaquín y Judith. No son nombres adoptados. Fueron bautizados así.

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