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Las mujeres emprenden la revolución turca

El Mundo, FATIMA RUIZ, 21-07-2007

Las jóvenes se colocan al frente del cambio social en el país tras lograr un marco legal que derriba los cimientos patriarcales y consagra la igualdad de derechos entre los sexos Turquía zanja mañana en las urnas una crisis abierta por la oposición de militares y nacionalistas al nombramiento del islamista Abdula Gül como presidente. De cumplirse el pronóstico de las encuestas, su partido, Justicia y Desarrollo, logrará de nuevo una holgada mayoría en la que las mujeres jugarán un papel clave. Desde sus tiempos de alcalde en Estambul, el hoy primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, ha movilizado a un electorado femenino consciente de sus nuevos derechos – consagrados en los Códigos Penal y Civil – y embarcado en una enorme transformación social de múltiples vías. Una de ellas, la secular. Otra, la ‘modernidad conservadora’ que combina progreso económico y férrea defensa de familia, tradición y valores religiosos..


Imagine un país en el que una mujer no deja nunca de ser niña. Un país en el que las jóvenes cruzan el umbral de su casa de la mano del padre para tomar la del marido. En el que el esposo manda y concede el visado para viajar y el permiso de trabajo. Una sociedad que ensalza la virginidad y proscribe la píldora.


Ese país es el suyo. Y de eso hace muy pocas décadas. Una generación después, aquella España prehistórica es una sociedad moderna con jueces y médicos repartidos entre ambos sexos y un Gobierno paritario. Y se ha convertido en espejo en el que se miran otras naciones. Turquía, por ejemplo.«Una cultura mediterránea con fuerte impacto de la religión, en este caso católica, fue capaz de transformarse radicalmente en dos décadas», explica a EL MUNDO Nigar Göksel, analista del Instituto de Estabilidad Europea (ESI) en Estambul. «Los valores cambian, no son estáticos. Y hay indicadores de que Turquía está en ese camino».


Al frente de esa revolución se han colocado las mujeres. Y por primera vez lo hacen con instrumentos legales, gracias a la reforma constitucional que ha barrido en los últimos años los pilares patriarcales para consagrar una igualdad teórica que se abre paso a trancas y barrancas. Mediante una extensa red de asociaciones, las turcas se han embarcado en un viaje a la modernidad de múltiples direcciones.


Una país lleno de paradojas – musulmán pero férreamente secular, democrático a la sombra del Ejército, europeísta por vía islámica y en el que abundan los fundamentalistas laicos – ha comenzado a asentarse sobre un modelo contradictorio a primera vista: el de modernidad conservadora. Un patrón que compagina progreso económico y social con una defensa numantina de las tradiciones religiosas y la familia.


Y el epicentro de ese movimiento sísmico, que está haciendo tambalearse los cimientos del país, está en la provincia de Kayseri, en la Anatolia central, donde desde los 80 ha florecido una nueva y opulenta élite hambrienta de poder, pero anclada en las costumbres. Un estudio del ESI habla incluso de calvinismo islámico, por la combinación de ética religiosa y éxito económico.«En esa zona las empresas son pujantes y los valores religiosos están fuertemente protegidos», señala Göksel, autora del informe Sexo y poder en Turquía. La fórmula de Kayseri adapta un estilo de vida conservador al nuevo boom económico. Ahí podría residir la clave que inspire a otros países musulmanes en busca de una ruta hacia la democracia alternativa a la occidental. Aunque en Turquía, la mayoría prefiere ser englobada en una categoría europea antes que entre la de países de Oriente Próximo.«Un argumento muy común es que el islam es una religión, por lo que no hay razón por la que Turquía sea un modelo para otros países musulmanes más allá del ejemplo que puede dar un país cristiano a otro», señala Göksel. «Aunque indudablemente el hecho de alcanzar estándares de vida europeos tendría un valor simbólico para otros países, sea en Oriente o en Occidente»..


Una barrera contra Gül.


El éxito turco serviría sobre todo, reconoce la investigadora, para «tranquilizar» a una Europa que cuestiona la compatibilidad de islam y libertades democráticas.


Sin embargo, y aunque los turcos se declaran cada vez más religiosos – desde 1999 los creyentes han aumentado del 31% al 60%, según un estudio de los académicos Binnaz Toprak y Ali Carkoglu – ha caído el número de los que quieren cambiar el régimen secular por uno islámico.


Esa cuestión – y su símbolo, el velo o hiyab – está detrás de la convocatoria de unas elecciones que zanjaron la crisis desatada en abril después de que nacionalistas y militares se alzaran como barrera frente a las aspiraciones presidenciales del ministro de Exteriores, el islamista Abdulá Gül.


Un miembro de su propio partido lo expresa gráficamente: «La única razón por la que Gül no es presidente es porque su mujer lleva velo», dice Suat Kiniklioglu, candidato del gubernamental Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP).


La idea de una primera dama cubierta levantaba ampollas entre un segmento de la población que equipara kemalismo y derechos femeninos. De ahí su alianza con los militares que hicieron tintinear sus sables contra el nombramiento de Gül. El diario Radikal llegó a hablar de «golpe femenino».


Herederas de los principios de Atatürk – que levantó la Turquía contemporánea sobre las cenizas del imperio Otomano e impuso una modernización vertical erradicando el velo del espacio público – las kemalistas han hecho del islam político su enemigo público número uno.


Un rival que encarnan muchas veces en sus homólogas religiosas, con las que a pesar de todo existen terrenos comunes. «Difieren en muchos temas, pero la mayoría están de acuerdo en asuntos clave como la importancia de combatir el analfabetismo o la violencia doméstica», señala Göksel.


En ese sentido el ideario de las activistas islámicas es parecido al de sus colegas seculares. «Lo que las separa es que se sienten discriminadas por el hecho de llevar velo y quieren que esta restricción se levante», mantiene la investigadora.


Una de esas activistas, Selime Sancar, de la organización Rainbow, trata de hallar el justo medio entre los dos extremos: «Somos una síntesis: las seculares deben saber que sus abuelas llevaban hiyab, y las islámicas deben recordar que parte de Turquía está en Europa y que ha sido occidentalizada desde que los sultanes trajeron a los europeos».


Contra la percepción general, Göksel cita un estudio que demuestra que la proporción de mujeres cubiertas ha disminuido desde 1999 del 36,5% al 27,3%, aunque la mitad de las turcas siguen llevándolo.


Las defensoras del velo batallan por que éste no les cierre las puertas de la Universidad y la política, ampliando la exclusión que ya sufren en un Parlamento en el que apenas cuentan con el 4,3% de escaños. «Si el pañuelo simboliza la religión, qué pasa con algunos hombres que llevan un bigote o afeitado con significado religioso», se pregunta en Today¿s Zaman Hülya Gülbahar, presidenta de KA – DER, organización que trabaja para aumentar la presencia femenina en el legislativo turco. «Es una discriminación contra su derecho a ser elegidas».


Entre las paradojas turcas está el hecho de que fuera un partido islámico – el AKP del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan – el encargado en 2004 de lidiar con una reforma del Código Penal que revoluciona el estatus de la mujer.


El anterior, que databa de 1926, consagraba la propiedad masculina del cuerpo femenino. Por eso un violador podía reparar su ofensa casándose con su víctima. Por eso se perdonaban los crímenes de honor. Y por eso, a finales de los 80, un juez se negó a darle el divorcio a una mujer violada por su marido esgrimiendo un refrán: «A las mujeres no debe faltarles un niño en las rodillas y un azote en el trasero».


El actual establece la igualdad legal entre hombres y mujeres y consagra la sexualidad como derecho individual y no familiar. Pero aún queda un largo trecho para emancipar a las mujeres liberadas por Atatürk, que siguen sin alcanzar la madurez. «A los hombres se les controla sólo hasta que son adultos. Pero a una mujer no se la considera adulta hasta el final de su vida», señalan Aksu Bora e Ilknur Üstün en un informe del think – tank Tesev.

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