REGIÓN MURCIA

Más allá de la patera

La Verdad, J. P. P., 11-06-2007

Tenía 23 años cuando dejó su casa en Dakar. Ahora tiene 35, y por fin sonríe satisfecho. Sidaty Sow se ha dejado la piel durante 12 años, su juventud entera, para conseguir lo que tiene ahora: una casa modesta, un coche y un trabajo como educador en la Fundación Diagrama, donde da clase a menores subsaharianos llegados a Murcia procedentes de Canarias. Las páginas de los periódicos y los telediarios están llenos de inmigrantes ateridos, envueltos en mantas, que pisan suelo europeo y dejan el cayuco mientras miran a la cámara con una mezcla de miedo y tristeza. Pocas veces, sin embargo, conocemos lo que ocurre después, pese a que ese instante mil veces fotografiado sólo es el primer paso de un nuevo camino. Sidaty también vivió el miedo y la incertidumbre. Fue en el 98, cuando cruzó de noche los montes que separan Ceuta de Marruecos sorteando a las patrullas de la Guardia Civil. Dos años antes había dejado sus estudios universitarios de Geografía en su país, Senegal, y se había marchado a Marruecos a estudiar un ciclo de marketing. De poco le servía el título en aquel país, y decidió pasar a España.

«Lo conseguí con bastante facilidad – reconoce – ; entonces la situación era mucho menos complicada que ahora. No tuve que pagar a ninguna mafia, simplemente crucé campo a través con un amigo y me colé en Ceuta». Directamente, fue a la Policía, y de ahí a un gigantesco campamento. En aquella época, lo que ahora se vive en Canarias se sufría entonces en la ciudad norteafricana. «Allí había 300 o 400 personas hacinadas. Las duchas no funcionaban, así que calentábamos el agua y nos lavábamos detrás de los árboles». Afortunadamente, aquello duró poco. La Policía lo trasladó a un centro de acogida de Málaga. De allí, a la calle, porque no podía ser expulsado, como tantos otros inmigrantes subsaharianos. Vino a Murcia. ¿Por qué? «En el albergue vi muchos anuncios de Murcia Turística por la tele, y pensé que se debía vivir bien aquí». Así que se plantó en Murcia. «Cuando llegué estaba desorientado, un hombre me vio por la calle y me llevó en su coche a Jesús Abandonado. He encontrado a gente magnífica en esta ciudad». Al par de días localizó a un amigo, y se fue a vivir con él. Tuvo suerte, dentro de lo que cabe, y encontró trabajo en el campo. «Era un privilegiado, porque la mayor parte de la gente no encuentra nada». Sabe inglés y francés a la perfección, y tiene formación. Pero en España, a lo máximo que podía aspirar en ese momento era a recoger limones. «Es un trabajo durísimo, pero me vino bien», cuenta. Consiguió, al poco, los papeles gracias a la ayuda de Málaga Acoge. Esa fue su gran liberación. Después, su vida empezó a enderezarse. Fue contratado como mediador intercultural por el Ayuntamiento de Mazarrón, trabajó como administrativo con una empresa textil gracias a sus conocimientos de inglés y, por último, fue fichado por la Fundación Diagrama. Doce años después. Una vida dura. Algo más que un drama. Mucho más que una foto.

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