TRIBUNA

Vieja Europa

Las Provincias, ROSA MARÍA RODRÍGUEZ MAGDA, 11-06-2007

Reviso el artículo sobre el envejecimiento de las poblaciones en Europa que mi amigo Gérard – François Dumont, rector de la Sorbona, me remite para su publicación en español. Su descripción, plagada de cifras y gráficos, como excelente demógrafo que es, resulta alarmante.


Europa es el único continente que presenta mayor número de decesos que de nacimientos. En 1960 las personas mayores de 60 años en la Unión Europea constituían el 15% de la población, situándose hoy por encima del 21%. En el mismo periodo la proporción de personas menores de 20 años bajó 10 puntos y el número de nacimientos en Europa, aún con una población más numerosa, se redujo un tercio, muy por debajo del reemplazo generacional. El aumento de la natalidad tras la segunda guerra mundial incrementa el número de los que prontamente engrosarán las filas de la tercera edad, ello unido a una mayor esperanza de vida, nos sitúa en una previsión que va de los 74,9 millones de personas de 65 años o más en la Unión Europea de los 25 en 2004 a la previsión de 103,3 millones para 2025.


El Libro Verde publicado por la Comisión Europea sobre cómo hacer frente al cambio demográfico presenta un oscuro futuro. Según el texto, el crecimiento económico está ligado al crecimiento de la población, la recesión de ésta y su envejecimiento pueden provocar una desaceleración potencial de hasta el 50% del crecimiento del PNB medio anual.


La opción de los europeos de no reproducirse al ritmo que requeriría al menos el reemplazo generacional ha intentado paliarse con la llegada de mano de obra extrajera. Según la ONU, la Europa que envejece necesitará alrededor de 1.6 millones de inmigrantes por año, durante las próximas décadas, para que mantenga su fuerza laboral en los niveles actuales.


Sin embargo, para Charlotte Höhn, directora del Instituto Demográfico Federal de Wiesbaden (Alemania) la inmigración no es la solución. Los inmigrantes también envejecen y adquieren derechos en materia de seguridad social. Conseguir el número de inmigrantes necesario para detener el envejecimiento demográfico nos confrontaría a una inmigración difícilmente controlable. Los inmigrantes no pueden ser utilizados como “herramientas demográficas”, no pueden reemplazar a los ciudadanos no nacidos. La mayoría de los inmigrantes tienen un índice medio de fecundidad superior al de la población en la que se establecen, por lo tanto, aumentan ligeramente el índice de fecundidad, pero esto sólo podría compensar la baja tasa de natalidad de un país si los inmigrantes pasaran a ser la mayoría de la población.


Así pues, antes de asistir a una real solución del problema, lo que obtendríamos es una efectiva sustitución cultural. La identidad cultural europea quedaría fuertemente diluida en un proceso de mestizaje. Proceso que parece imparable. Pero los recién llegados viene con una cultura, unas raíces étnicas y religiosas que cuanto menos transforman el tejido social y en determinados grupos son refractarias a una efectiva integración.


Todos estos datos han propiciado que algunos expertos lancen augurios verdaderamente preocupantes. Según Soeren Kern, la mayoría de los inmigrantes en Europa son musulmanes que no se integran con facilidad. Durante los últimos 30 años, la población musulmana de Europa se ha más que duplicado y continua acelerándose su nivel de crecimiento. Según los datos aportados por el Informe Anual de Libertad Religiosa Internacional del Departamento de Estado de Estados Unidos, hay casi 25 millones de musulmanes viviendo en Europa en la actualidad. Y en lugar de ser asimilados dentro de la sociedad europea, los inmigrantes musulmanes tienden a agruparse en guetos marginados por todo el continente; configuran más del 25% de la población de Marsella, 15% de la de Bruselas y París y el 10% de la población de Amsterdam, por poner unos ejemplos.


Además, como Kern resalta, los demógrafos prevén que el número de musulmanes que viven en Europa puede duplicarse nuevamente para el año 2015. La Oficina de Análisis Europeos del Departamento de Estado de Estados Unidos calcula que el 20% de Europa será musulmana en el año 2050, mientras otros predicen que un cuarto de la población de Francia podría ser musulmana en el año 2025 y que si la tendencia continúa, los musulmanes superarán en número a los no musulmanes en toda la Europa occidental a mediados de este siglo. Esto provocó que Bernard Lewis de la Universidad de Princeton, uno de los académicos en cultura árabe e islámica más distinguidos del mundo, predijese en una entrevista del periódico alemán Die Welt que: “Europa será islámica a finales de este siglo”.


Independientemente de que nos parezcan exageradas o no estas previsiones apocalípticas, cuando un pueblo deja de reproducirse es sustituido por otros. El continente europeo agrupaba en 1950 el 22% de la población mundial, en 2005 se redujo al 11%, y en 2030 se espera que represente tan sólo un 8%. Mientras China tiene que hacer frente a sus problemas de superpoblación, la vieja Europa parece condenada a convertirse en un balneario para la tercera edad, atendido por jóvenes cuidadores multiétnicos que acabarán por reemplazarlos.


Europa, con su historia, sus catedrales, sus obras artísticas y literarias, su música, sus tradiciones, sus identidades nacionales, sus lenguas, sus principios ilustrados, es ya un pueblo en retroceso, con un espléndido pasado como futuro, un hecho diferencial globalmente minoritario, y, si hacemos caso a los peores pronósticos, culturalmente en peligro de extinción.

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