La revolución sarkozista

ABC, 10-06-2007

POR FRANCISCO DE ANDRÉS

MADRID. La crisis del modelo de Estado francés es un secreto a voces. La deuda pública es abrumadora y no ha dejado de crecer con gobiernos de izquierda y de derechas. Ningún presidente ha sido capaz de meter tijeras a la expansión del número de funcionarios. La competitividad de las empresas francesas, en particular las de rango mediano y pequeño, languidece por la semana laboral de 35 horas.

Otro de los rasgos de la especifidad francesa, el modelo de integración de los inmigrantes, de modo particular los de religión musulmana, se encuentra en estado cataléptico, como demuestra la proliferación de guetos en París y en las grandes ciudades francesas, y los sarpullidos de violencia racial que se suceden periódicamente en las barriadas urbanas.

El programa de reformas legislativas de una Asamblea de amplia mayoría conservadora acometerá ambos desafíos. Durante sus dos periodos al frente de la cartera de Interior y Cultos, el flamante presidente de la república, Nicolas Sarkozy, pudo experimentar de cerca la seriedad del «mal social francés». El diagnóstico escandalizó a muchos popes del progresismo de salón cuando, en vísperas de las pasadas presidenciales, el candidato de la UMP achacó al nihilismo difundido por los sucesos de Mayo de 1968 muchas de las secuelas sociales – violencia, desarraigo, desempleo juvenil, desafío hacia cualquier forma de autoridad – que hoy padece el país.

Gestión con compromiso

Frente al relativismo ético, el líder conservador francés aboga por convicciones morales fuertes. «En la Francia de inicios del tercer milenio, el lugar que ocupa la religión es central», ha escrito Nicolas Sarkozy en su obra «La República, las religiones, la esperanza», recientemente traducida al castellano. El libro – entrevista, surgido de un largo diálogo con un religioso dominico y un profesor de Filosofía, refleja algunas de las claves del pensamiento del nuevo presidente francés, y el armazón intelectual de su proyecto de reforma del modelo de Estado de la V República.

Sarkozy es leal al viejo concepto francés de Estado laico, pero aboga por una interpretación distinta de la vigente hasta hoy. «Al revés que cierto número de mis predecesores no he profesado una educada indiferencia respecto de las religiones», afirma el nuevo inquilino del Elíseo. En un Estado europeo moderno, gestionar el fenómeno social de las religiones no puede limitarse a garantizar el orden público. La protección y fomento de la libertad religiosa procede para Sarkozy de la convicción de que «para nuestra sociedad las religiones constituyen un asunto de gran importancia, porque son portadoras de una esperanza».

Sucedáneos peligrosos

¿Qué puede alejar a los jóvenes franceses de las clases acomodadas de la tentación de la droga, o de la violencia a las legiones de desheredados que habitan las barriadas? El ex ministro del Interior hace una lectura de los gravísimos disturbios del verano de 2006. «En estos momentos en que están ausentes de nuestras barriadas los lugares de culto oficiales y públicos, se aprecia en qué medida ha podido ser la aportación espiritual un factor de apaciguamiento, y qué vacío dejó al desaparecer». En Francia en general, «y en mayor medida en los suburbios que concentran todas las desesperanzas – escribe Sarkozy – es preferible que los jóvenes tengan esperanza espiritual en vez de tener en la cabeza como única religión la violencia, la droga o el dinero».

Coherente con esa visión, el líder conservador propone que el Estado no sólo garantice el respeto sino que también contribuya a la promoción de todas las religiones que se practican en su territorio. Para el caso de Francia y de la Unión Europea, Nicolas Sarkozy respalda una sensibilidad especial de las autoridades políticas hacia el cristianismo «que no es sólo un culto sino también una cultura», dice el hoy presidente en su ensayo programático.

Respecto al islam, la segunda religión del Estado francés, Nicolas Sarkozy defiende las razones que le llevaron a crear el Consejo Francés del Culto Musulmán, organismo que agrupa tanto a los movimientos moderados fieles a la república como a los radicales, en gran parte de origen marroquí. El hoy presidente defiende la necesidad de contar con «un solo interlocutor» porque, a diferencia del catolicismo, en el islam no hay clero ni jefatura religiosa, y es esencial desactivar mediante el diálogo el riesgo de radicalización entre los cinco millones de musulmanes franceses.

Tolerancia y convicción

¿Asimilación a la francesa o multiculturalismo anglosajón? Las dos fórmulas muestran goteras, pero Sarkozy se inclina por la integración a la francesa, con decisiones tan polémicas como la prohibición del velo musulmán en las escuelas públicas, o la expulsión del país de los imanes que prediquen el odio en las mezquitas.

«En un diálogo televisado – cuenta Sarkozy en su libro – tuve ocasión de decir a una mujer que se cubría con el velo: «Al entrar en una mezquita yo me quito los zapatos. Cuando entre usted en una escuela, quítese el velo». ¡Esto es lo que ha de ser el islam en Francia!».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)