Castellón

Limpieza étnica bajo la ONU

Las Provincias, ENRIQUE SERBETO, 10-06-2007

Nadie quiere arrojar la primera piedra sobre el avispero de Kosovo y nada se ha avanzado en la reunión del G8, pese a que el tiempo corre a favor de otra guerra El único tema en el que no se ha avanzado nada en la cumbre del G8 en Alemania ha sido Kosovo. Ni siquiera la propuesta de Francia de darse seis meses de tiempo más para tratar de encontrar un compromiso. El problema avanza hacia una situación en la que cualquier cosa que se pueda hacer va a ser tan mala como no hacer nada. Los actuales líderes de la mayoría albanesa amenazan con proclamar la independencia por su cuenta, si no hay un acuerdo pronto para aprobar el plan elaborado por Marti Ahtisaari, el enviado del secretario general de la ONU y a pesar de las advertencias de los serbios. Pero aunque el plan lo apoyan Estados Unidos y la mayor parte de los países de la UE, la sombra del veto de Rusia es una amenaza que mantiene bloqueado el proceso. Serbios y albaneses están esperando para saber cual será el futuro de su casa, de su barrio o del campo donde se ha sembrado la cosecha de este año, mientras la OTAN y la UE temen que se reproduzcan los ataques anti serbios de 2004.


Veton Surroi, uno de los dirigentes albaneses más influyentes de Kosovo, se reunió esta semana en Praga con George Bush y el presidente norteamericano le reiteró su apoyo decidido a la independencia de esta provincia teóricamente todavía territorio de Serbia. Pero a juzgar por su modo de explicarlo, seguramente en la entrevista debió quedar claro también que para Estados Unidos hay en estos momentos media docena de asuntos más importantes a tener en cuenta con Moscú que el futuro de este minúsculo territorio que cristianos y musulmanes se disputan al menos desde el siglo XIV.


En el periodo de desmembramiento de la Federación Yugoslava, Kosovo fue utilizada por Slobodan Milosevic como el símbolo de la exaltación del nacionalismo serbio. Cuando estalló la crisis de 1999 había allí casi dos millones de habitantes, el noventa por ciento albaneses. Ahora es bastante difícil saber cuántos han vuelto o cuántos estarían dispuestos a hacerlo. Lo único que se sabe es que bajo esta administración de las Naciones Unidas y la OTAN, los albaneses han logrado hacerse con el control de sus territorios, y los serbios que quedan, tienen que resistir protegidos por las fuerzas de la OTAN y rodeados de alambradas como si fueran prisioneros.


La paz de los soldados

Cuando uno llega a Mitrovice, la capital del norte de Kosovo, y cruza las alambradas tras el puente, el teléfono móvil envía el mensaje de ‘‘Bienvenido a Serbia’’. Los habitantes hablan serbio y se manejan en dinares serbios en vez de en euros. Hasta la electricidad viene de Serbia, en vez de las renqueantes centrales de Kastriot, al lado de Pristina. Ha habido que hacer pasarelas porque hay serbios y albaneses que tienen sus pisos en la orilla equivocada y aunque hay un programa para fomentar el intercambio, la ONU no se ha atrevido a ponerlo en marcha. De aquí no se pueden ir los soldados de la OTAN ni se puede pensar que los serbios aceptarían sin más la independencia de Kosovo, sin proclamar a su vez la de su propia provincia.


Después de las matanzas y los bombardeos, con más de un 40 por ciento de paro y con una fama internacional de exportadores de mafias, el nombre de Kosovo no le trae buenos recuerdos a nadie. Sin embargo, aunque son musulmanes, apenas se ven mujeres cubiertas y las mezquitas están normalmente vacías. Los serbios, sin embargo, tienen en Kosovo uno de los símbolos más importantes de su Iglesia nacional ortodoxa, el monasterio de San Saba, donde se consagran desde hace setecientos años sus patriarcas. Otro de los monasterios más importantes, el de Visoky Decani, en la misma zona, ha recibido en los últimos meses ataques con granadas.


Dobrila, una anciana que ejerce de guardiana oficiosa en San Saba, no se acaba de creer lo de la independencia: ‘‘En realidad, los albaneses no creo que sepan qué hacer. Piensan que Europa les pagará pensiones de lujo, que les permitirán apropiarse de las casas de los serbios?. Están llenos de falsas esperanzas’’.


En el flamante museo de Historia de Kosovo solamente hay algunos restos prehistóricos encontrados recientemente, mientras que la mayor parte del espacio está dedicado a los recuerdos de la guerra de guerrillas de 1999 – 2000, fotos de los combatientes de la UCK, el Ejército de Liberación de Kosovo y de las atrocidades cometidas por los serbios. Cada ‘‘comandante legendario’’ tiene su espacio en el museo.


Rusia esgrime una larga lista de razones para oponerse a la independencia de Kosovo, además de su amistad tradicional con los serbios, como el hecho de que el nuevo país independiente se convertiría en otro satélite militar de Estados Unidos. Los independentistas chechenos intentarían el mismo camino, aunque en tal caso, el Kremlin ya ha mencionado media docena de conflictos (Transdnistria en Moldavia, Osetia del sur y Abjasia en Georgia, Nagorno Karabaj en Azerbaiyan, etc.) en los que serían sus partidarios los que reclamarían la independencia.


Una docena larga de países europeos contemplan con mil ojos los detalles del compromiso de Kosovo, por miedo a que produzcan un precedente de consecuencias indeseables. Chipre piensa que la fórmula kosovar podrían aprovecharla en la autoproclamada República Turca de Chipre del Norte, Bulgaria tiene también una minoría turca, mientras que en Rumanía y Eslovaquia viven comunidades húngaras, y en todos casos las autoridades correspondientes temen que el camino que abrirá jurídicamente Kosovo lleve a terrenos inquietantes. España tampoco oculta sus preocupaciones frente a un hecho que supondría un antecedente que algunos nacionalistas no dudarán en intentar utilizar en el País Vasco o en Cataluña.


En cuanto se proclame la independencia, la minoría serbia probablemente se irá, con lo que se consumará una limpieza étnica que tendría la bendición de la ONU… Y a pesar de todas estas perspectivas calamitosas, ‘‘la verdad es que no hay ninguna alternativa viable al plan Athisaari’’, ha escrito Chris Patten, el antiguo responsable de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea.

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