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ZOOM: Nuestro Anglada

El Mundo, ARCADI ESPADA, 08-06-2007

Sólo el cándido puede asombrarse de que el establishment político y mediático de Cataluña haya acogido de modo versallesco y hasta perlado de cariño al partido Plataforma per Catalunya, gran novedad de las elecciones municipales catalanas, que cifra en 17 el número total de sus concejales electos, y que aparece como la organización xenófoba mejor estructurada de todas las que han obtenido representación (hay alrededor de 50 concejales del mismo palo) en los ayuntamientos españoles.


En el recibimiento al partido de Josep Anglada han destacado las fuerzas nacionalistas. Esquerra Republicana se aprestó a decir que había que contar con ellos y Convergència Democràtica está incluso dispuesta a compartir las tareas de gobierno en El Vendrell. Unos y otros argumentan que no hay por qué condenar a sus votantes. Se trata de una justificación bien pintoresca que, como todo últimamente, se inspira en Sarkozy. Malamente, desde luego. Porque lo que en el francés era intención de atraer a los principios democráticos al electorado lepenista, en el caso catalán es pura, simple y mísera política de apaciguamiento, cuando no seca complicidad. Ninguno de los votos de Anglada merece el mínimo respeto. ¡Sólo faltaría! No todas las opiniones son respetables. Ni los votos de Anglada ni los de la xenofobia armada vasca son respetables. Son votos podridos que sólo merecen el desprecio, y la obligación de cualquier político decente es abstenerse de negociar con ellos.


Sin embargo, comprendo muy bien a los nacionalistas catalanes. Llevo mucho años conviviendo con sus ideas sumarias y su flexible moral, y pocas sorpresas pueden darme. Los nacionalistas catalanes (pertenezcan o no a la fracción asamblearia del movimiento) son gente capaz de firmar el Pacto del Tinell o de ir al notario para evitar cualquier asociación o roce con el Partido Popular; pero, en cambio, no tienen escrúpulos en aliarse con el fascismo. Y es lógico: una cosa es ser fascista y otra muy distinta ser español. Este Anglada de Vic no es demasiado diferente de ninguno de ellos. Como ellos quiere una Cataluña catalana, y como ellos odia a lo otro. Lo que este Anglada dice es lo que piensan muchos votantes de Esquerra y de Convergència; y sólo esperan, para decirlo, autoridad o circunstancia. La autoridad, por ejemplo, de la señora Marta Ferrusola de Pujol, distinguida militante nacionalista, que ya opinó en tiempos, de modo muy respetable, sobre negros y homosexuales. O bien la de Heribert Barrera, entre las primeras ancianidades de Cataluña, cuyo racismo técnico quedó en su día perfectamente formalizado.


No hay mayor misterio: el éxito de Anglada es del nacionalismo.


(Coda: «Hay momentos en que los políticos hemos de decir lo que pensamos. Y nos equivocaremos si condenamos a una suerte de pozo de ostracismo a los votantes de Plataforma per Catalunya». Joan Puigcercós, consejero de Presidencia del Gobierno de la Generalitat.»)

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