Un virus que se retroalimenta con la desigualdad

REPENSAR EUSKADI La única forma de ejercer la libertad es contando con un mínimo umbral de seguridad, por ello es tan importante contener la situación epidemiológica

Diario Vasco, IÑIGO CALVO PROFESOR E INVESTIGADOR DE LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO-DEUSTO BUSINESS SCHOOL, 25-01-2021

Apesar de la dura irrupción de la pandemia, flota en el ambiente cierta sensación de que los destrozos han sido menores a lo que esperábamos. Al mismo tiempo, se habla relativamente poco sobre cómo está evolucionado la desigualdad. Un indicador importante para comprender la grave resaca social que el Covid-19 puede provocar. En su excelente libro ‘Desigualdad: Un análisis de la (in)felicidad colectiva’, Wilkinson y Picketty demuestran que la desigualdad es social y económicamente corrosiva. Y que los países con una mayor desigualdad de renta también muestran de forma significativa mayores tasas de homicidios, mortalidad infantil y/o población reclusa, así como menores índices de confianza, esperanza de vida y/o nivel educativo.

A nivel histórico, la bioarqueología enseña que las plagas suelen provocar un aumento de esta variable, siendo la población más vulnerable la que más sufre. Existen excepciones como la peste negra del s. XIV, pero el resto de plagas para las que existen datos nos indican que generalmente las pandemias amplifican la desigualdad. Si la desigualdad es tan importante y las pandemias pueden espolearla ¿cuál es su situación tras casi un año de emergencia sanitaria? El informe ‘Covid-19 y la creciente desigualdad global’ publicado por Alboan nos aporta reflexiones importantes en relación con el impacto internacional del virus.

En primer lugar, apunta que en los países en desarrollo no solo está creciendo la desigualdad, sino también la pobreza y la exclusión. Además, el informe alerta de que se está adquiriendo una enorme deuda global, lo que puede conllevar a impagos y tensiones financieras en las economías más frágiles. Alboan también alerta de que los países ricos estamos pecando de ombliguismo, sin darnos cuenta de que ante un reto como el actual solo se puede responder con una respuesta coordinada global. Más cerca de casa, en Euskadi y en España, el virus también está dejando una profunda huella en la brecha de la desigualdad. En anteriores crisis se solía tardar en contar con datos reales de cómo había evolucionado esta variable, pero el servicio de estudios de CaixaBank ha sido capaz de hacer un seguimiento casi en directo, gracias al análisis masivos de datos de tres millones de nóminas.

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Las conclusiones se exponen en su Informe Mensual de noviembre y las mismas no son nada halagüeñas. Entre febrero y noviembre de 2020 el índice Gini —que mide la desigualdad y fluctúa entre 0 y 100, siendo peor cuanto mayor es su valor— subió en dos puntos en España. Para ponerlo en perspectiva: en apenas ocho meses este índice aumentó aproximadamente lo mismo que durante los peores años de la Gran Recesión (2009-2012). A nivel vasco la foto es igualmente preocupante, dado que entre febrero y noviembre aumentó 1,94 puntos.

Según el estudio de Caixabank, los colectivos más golpeados por este aumento de la desigualdad son las personas jóvenes, las personas con menores ingresos y las personas inmigrantes. Sectores de la ciudadanía que ya estaban pasando dificultades antes de la llegada del Covid-19. El impacto en estos colectivos también proviene de los sectores económicos más afectados por el virus, como la hostelería, el comercio al por menor y el turismo. Además, aunque no suelen salir en las métricas económicas, las empleadas del hogar y las actividades artísticas son sectores también muy afectados. Estas actividades económicas concentran en muchos casos a personas que no tienen posibilidad de teletrabajar, cuentan con un nivel formativo medio-bajo y/o unas condiciones laborales precarias. La realidad es bastante cruel e irónica, dado que los meses de confinamiento nos mostraron que muchas de estas personas son trabajadores esenciales. Un importante aviso de cómo el sistema está maltratando a aquellos de los que depende nuestro bienestar.

A pesar de la crudeza de los datos expuestos, la buena noticia es que la acción rápida y contundente del sector público ha amortiguado un impacto que podía haber sido mucho peor. Los ERTE, el programa de moratorias, las líneas de financiación y la histórica respuesta de la Unión Europea han sido cruciales para que la desigualdad no se convirtiera en un tsunami. El principal temor que se atisba en el horizonte es que la pandemia empuje a la ciudadanía a encerrarse en sí misma, y caiga en salidas simples que victimizan a la población vulnerable. Una ciudadanía que empieza a notar el cansancio acumulado y a mostrar signos de enfado ante el desarrollo del proceso de vacunación, así como por los lamentables casos puntuales de fraude en el mismo.

No hay que olvidar que la única forma de ejercer la libertad es contando con un mínimo umbral de seguridad. Por ello es tan importante contener la situación epidemiológica, acelerar el proceso de vacunación y cortar por lo sano la retroalimentación entre el virus y la desigualdad. Y todo ello a la mayor velocidad posible, antes de que la población busque atajos y líderes que solo conducen a viajes a ninguna parte.

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