Chen, la revolución asiática de Vox

Llegó a España hace veinte años y se ha convertido en el chino más fiel al “flanquismo”. Sus hijos se llaman Rocío, Fermín y Franco. Regenta un bar: “santuario” del generalísimo.

La Razón, Ángel N. Lorasque. @nietolorasque, 25-03-2019

Chen Xianwei nos recibe a orillas del Manzanares en su bar «Oliva», ubicado en el modesto y multicultural barrio de Usera. Lo hace con un ojo, el izquierdo, morado. Nos cuenta que el fin de semana un «comunista» le arreó dos buenos puñetazos. Pero a él no se le quita la sonrisa ni su verborrea. «Fue un joven fumado, venía a por tabaco y al ver mi bar repleto de fotos de Franco se puso violento, ya lo he denunciado, pero no lo doy importancia, es un loco», sentencia. Este chino de 41 años se ha convertido en un auténtico fenómeno mediático «sin buscarlo», asegura, por ser uno de los mayores defensores del «flanquismo», como lo pronuncia. Adentrarse en su bar es como retroceder a los años cuarenta, un auténtico museo de reliquias en homenaje al dictador, que Chen prefiere llamar generalísimo, porque para él no es tal. Sí lo fue Mao, pero Franco «para nada», recalca. Allí pueden verse fotografías, escudos con el águila estampada, vinos con etiqueta del caudillo, pulseras e imanes patrios y banquetas tapizadas en rojigualda. Habla a toda velocidad con un dominio espectacular del español (lleva 20 años aquí) e intercala expresiones coloquiales como «hasta los ’’huevo’’» o «rojos de mierda» con la misma facilidad que alaba los «logros» de Franco. Lo hace mezclando datos históricos con imprecisiones a través de una concatenación de premisas y afirmaciones que a cualquier demócrata español le irritaría el cuerpo y la mente al escucharlo. A pesar de ello queremos conocer qué ha llevado a este asiático a transformarse en la reencarnación del caudillo, a defender el franquismo con una pasión digna de tertuliano de «prime time» y a asegurar que Vox es el único partido decente en España. Chen no tiene todavía la nacionalidad española pese a llevar más de media vida en el país y, por lo tanto, no podrá votar el próximo vez. Eso sí, confiesa tener las claves para devolver «la grandeza» a nuestra patria. Su receta: «Si fuera presidente lo primero que haría sería conseguir la igualdad para todos, regular la inmigración para que el que venga de fuera y quiera vivir del cuento se le eche del país. Y sobre Cataluña, acabaría con los putos lazos y acabarían todos cantando el «Cara al sol» como lo hacían con Franco». Pese a que sus palabras suenen a totalitarismo, Chen asevera que él quiere la democracia, de la que nunca pudo disfrutar en su país. Nació en Qingtian («de donde proceden el 60% de los chinos de España», nos matiza), un pueblo de medio millón de habitantes, montañoso «y donde todavía siguen haciendo todo a mano, no hay máquinas», se queja. «Allí no tenía futuro, la vida es mucho más dura que aquí. Ahora en mi pueblo solo quedan niños y viejos. El resto se va», relata. Él puso rumbo a Madrid en 1999 y comenzó a trabajar en la fábrica de envases de su primo en Arganda del Rey. «Comenzó con un local alquilado y ahora tiene casi toda una calle. Hace todos los envases de comida china y también surte a grandes cadenas de supermercados», afirma. Allí estuvo dos años, pero no le gustaba que todos los empleados fueran chinos, él quería ser un español más así que se sumergió en el mundo de la hostelería.

20 veces al valle de los caídos

Hasta llegar a ser el gerente de «Oliva», trabajó como empleado en otros dos. Fue allí cuando se desató su fervor franquista, una pasión que le ha llevado a bautizar a su hijo menor como Franco y a los otros dos Rocío y Fermín. Esto sí es un «todo por la patria». «Los clientes de los bares eran señores mayores que habían vivido con Franco. Ellos fueron los que me hablaron de él, de lo buena que era España antes y cómo los jóvenes estaban destrozando todo ahora. Y me di cuenta de que tenían razón. Los nuevos gobernantes nunca cumplen, son unos mentirosos, se están cargando el país», explica. Por eso dice que, en este momento, solo se fía de Vox. Así, cada mes contribuye con nueve euros a la formación de Santiago Abascal. «Ellos también han venido por aquí, han tenido reuniones en el bar, yo les dije que tenían que salvar a España. Se lo comenté a la presidenta de Vox en Madrid, Rocío Monasterio, que es una mujer muy simpática», dice. Lo que resulta es que un inmigrante como Chen sea un defensor a ultranza de partidos e ideologías que tienen en el punto de mira a los extranjeros. «Es que eso es mentira, Vox defiende al inmigrante, lo único que critica es que venga todo el que quiera para vivir aquí del cuento. Tampoco es cierto que Franco no quisiera inmigrantes. Todo es mentira. Lo que ocurre es que antes en España había mucha gente y no hacía falta inmigración. La situación era diferente. Es más, en los últimos años del franquismo ya vinieron de fuera muchas personas. En España hoy en día hace falta inmigración, gente de fuera para trabajar. Pero que no entre toda la gente que quiera, cuando un país tiene una fronteras es para que vengan los que necesitamos no para que entre cualquiera. Yo vine aquí con un contrato de trabajo, no de ilegal. Si no, para qué queremos fronteras», reflexiona. Su amor hacia Vox es inversamente proporcional al que siente por partidos como Podemos, «los rojos sucios esos», apunta a modo de descripción. Tampoco tiene buenas palabras para Xi Jinping, el presidente chino, a quien tacha de «hijo de…». Domina la categoría del insulto con destreza. «Éste es un figura», comenta una asidua al bar de Chen, que le pide un llaverito con la bandera de España. «Los comunistas dicen que ellos proponen la mejor manera de vida, pero es mentira. Ningún país comunista ha funcionado. Quien diga que China lo es, miente, pues es el país más capitalista del mundo», remarca. Él hace años que no se prodiga por su tierra natal, prefiere ir al «Valle Caídos». Es más, cada vez que algún familiar o amigo procedente del gigante asiático viene a visitarle, ir al mausoleo del generalísimo es excursión obligada. «He ido allí más de 20 veces. Es la mejor obra de la historia España y la más grande. Nunca se ha caído ni una piedra. Conozco la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba, el Acueducto de Segovia y todos son mierdas en comparación con Valle de Caídos», subraya. Y añade que si finalmente exhuman el cuerpo del dictador y lo trasladan a El Pardo, «yo iría a los sitios, allí donde esté el cuerpo del hombre más grande de España allí iré yo». Y hablando de la famosa exhumación, de repente y como por designio divino, le suena el teléfono. Al otro lado, un familiar del mismísimo. De Franco. Sí. «Me dicen que tenemos que organizar ya una comida, que también vendrá Arancha (hermana de Carmen Martínez Bordiú). Son una familia muy maja», dice. Tanto es así, que en su santuario franquista ocupan un lugar principal las fotografías de Chen con Luis Alfonso de Borbón y «Carmencita», entre otros. «Desde hace cuatro años soy caballero de honor de la Fundación Francisco Franco y voy todos los años a la cena de Navidad. Con ellos no hablo de la exhumación, es un tema muy personal y es cosa de ellos. Pero pienso que no pueden llevarse al caudillo de allí. Si al final lo sacan, será una señal de que España va camino de ser un país comunista, sentencia. Ante la mirada de asombro de un servidor por la retahíla de afirmaciones «bomba» de este empresario, Chen se reafirma: «El comunismo es lo contrario al bien. Yo solo quiero lo mejor para España. No hago caso de izquierdas o derechas, solo de gente buena que hagan a España de nuevo grande», repite a modo del eslogan que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca. Pero a él tampoco le gusta el presidente de Estados Unidos. «Deberíamos de ser como Japón, es un país ejemplar, con una monarquía decente y presidentes que no roban ni buscan el beneficio de su partido, sino que lo único que pretenden es que el país vaya bien». Japón después de la Segunda Guerra Mundial, dice este periodista. Él se ríe. Pese a las críticas e insultos –«a veces entra gente al bar gritando ‘’viva la República’’, es gente loca, sin cabeza», dice– Chen sigue con paso firme poniendo el toque de color (azul y rojo, claro está) a la campaña electoral.

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