Menores no acompañados

Najib, un joven extutelado: “Quiero un trabajo, una vida digna”

Al cumplir los 18 años, algunos menores extranjeros no acompañados pasan a la calle. Han creado una asociación para defenderse

La Vanguardia, Abril Phillips , 14-12-2018

Najib Benyaala tiene veinte años. Pisó suelo español por primera vez a los dieciséis. Cuando llegó a Ceuta, se deshizo de su pasaporte marroquí por miedo, no quería tener nada consigo que pudiera devolverlo a su país. Tenía claro algo que todavía hoy le resuena: había emprendido un camino de ida. Un camino que para él tiene un punto de llegada muy definido, que es poder estudiar y conseguir un trabajo. “Quiero un trabajo, una vida digna, lo básico, eso es lo que quiero”, explica a La Vanguardia.

Su recorrido fue muy similar al que hoy hacen cada vez más adolescentes que vienen de su país. De hecho, la cantidad de menores extranjeros no acompañados (MENAs) crece exponencialmente año a año: si en el 2016 llegaron 588 a España, en 2017 lo hicieron 2.345 y, según los últimos datos del Ministerio del Interior, en agosto de este año ya ascendían a 836, sumados a 1.404 pendientes de la confirmación definitiva de que son menores de edad (aunque ya incluidos dentro del sistema de acogida).

En lo que respecta a Catalunya, para septiembre de este año ya se tenían contabilizados 1.074 menores. En una entrevista concedida a La Vanguardia a quien fue la máxima responsable de la dirección general de Atenció a la Infància i l´Adolescència (DGAIA) durante el último año, Georgina Oliva, explicaba que ya son 125 los centros que atienden a 3.166 jóvenes que han emigrado solos, llegados este año o en años anteriores. De ellos, el 81% procede de Marruecos y más del 97% son chicos.

El creciente flujo migratorio de menores no acompañados ha provocado una saturación del sistema de acogida, que recibió críticas por parte de asociaciones y ONGs como Save the Children sobre todo por las pruebas utilizadas para determinar la mayoría de edad, las estadías prolongadas, falta de plazas y recursos destinados a los centros de acogida, como también por la falta de acompañamiento una vez alcanzada la mayoría de edad, donde se presentan barreras para acceder a los permisos de residencia y de trabajo.

Un camino duro

Cuando Najib Benyaala cruzó la frontera, la policía lo derivó a un centro de menores, donde estudió y aprendió a hablar castellano. A los 18 años viajó a Barcelona, para encontrarse con su hermano. Aquí no encontró un hogar, pero sí varios hospedajes transitorios: dos centros de menores y dos albergues. También vivió en la calle durante tres meses. Cuenta que fue en verano, y que por eso no le resultó “tan grave”. Hoy pasa las noches en un albergue en el Tibidabo, al que lo llevó un “educador de la calle”.

Al momento de realizar la entrevista con La Vanguardia, Najib tenía un trabajo de media jornada en negro. Pero dado que no tiene permiso de trabajo, su jefe le informó de que ya no podía asumir más el riesgo. Hoy está desempleado. Lleva cinco años viviendo aquí, pero la burocracia todavía le impide conseguir la residencia.

No todos son delincuentes, no todos consumen cola y muchos vienen aquí porque quieren buscar un futuro mejor
Iman y Ridoun Miembros de la Asociación ExMENAs

Para poder defender sus derechos, un grupo de jóvenes extutelados ha creado la Asociación Ex MENAs, como una herramienta que se dan a sí mismos para organizarse y tener una voz colectiva propia. Iman (21) y Ridoun (19), dos de sus diez representantes, explican que, de esta manera, buscan “no sólo defender a los ex tutelados, facilitar su acceso al trabajo, a los papeles, a una vivienda y un trato digno, sino también discutir la imagen social que se tiene de ellos, para dejar claro que no todos son delincuentes, no todos consumen cola y muchos vienen aquí porque quieren buscar un futuro mejor”.

Najib Benyaala dice que perder su trabajo fue lo más duro que le tocó vivir hasta ahora, incluso más que vivir en la calle. Hoy sobrevive gracias a los comedores sociales. Desayuna en un comedor en Horta, las otras comidas las lleva a cabo en otro comedor en Navas. Además, extraña su casa, su hogar: “Echo de menos a mi familia, mis amigos, la escuela, mis vecinos”. “Aquí estoy lejos de todo, perdido entre albergues. Ahí me siento más querido por más gente”, dice.

Hay que aguantar. Ya he recorrido un camino que no ha sido nada fácil y por eso no quiero dejarlo todo
Najib Benyaala Joven extutelado

Entonces, ¿por qué seguir aquí? De nuevo, insiste: “La decisión se toma una vez”. Su objetivo sigue siendo el mismo y no está dispuesto a renunciar a él. “A veces se pierde la paciencia. Pero hay que aguantar. Ya he recorrido un camino que no ha sido nada fácil y por eso no quiero dejarlo todo”, esgrime.

Najib Benyaala dice estar “triste y amargado” de tener que pasar por una situación así. Pero también cree que la mejor alternativa es estudiar. Va a empezar un curso de camarero, con la esperanza de que lo ayude a conseguir una oferta de trabajo. “Espero que funcione, pero al final es una cuestión de suerte. Lo importante es hacer, tener iniciativa, creo que al final dará sus resultados”, afirma.

Estos chicos no están de paso, han venido para quedarse
Georgina Oliva Máxima responsable de la dirección general de Atenció a la Infància i l´Adolescència (DGAIA) durante el último año

Georgina Oliva relataba en la mencionada entrevista a La Vanguardia que “estos chicos no están de paso, han venido para quedarse”. Por ello, sostenía que desde la DGAIA están realizando esfuerzos para mejorar el Programa Catalunya-Magrib para reducir las migraciones infantiles con iniciativas sociales y educativas en Marruecos. La idea, según afirmaba, es poder “hacerles ver que también tienen oportunidades en Marruecos y generar recursos para la formación en el país de origen”. Asimismo, consideraba importante poder “dar información realista a los que emigran porque debemos romper con según qué expectativas”.

Iman, de la Asociación Ex MENAs, explica que muchos “vienen aquí porque piensan que van a vivir una vida mejor y cuando llegan no hay nada de lo que habían pensado”. “De pronto están en la calle, algunos se meten en el mundo de la droga”, lamenta. Ella observa que las vulnerabilidades se profundizan al cumplir la mayoría de edad, “cuando salen del centro a los 18 ya no tienen a nadie, quedan en la calle, no tienen familia, ni permiso de trabajo, nada, ¿qué van a hacer?”

Cuando salen del centro a los 18 ya no tienen a nadie, quedan en la calle, no tienen familia, ni permiso de trabajo, nada, ¿qué van a hacer?
Iman Miembro de la Asociación ExMENAs

Ridoun entiende que, de esta forma, se estrecha aún más el abanico de oportunidades para los jóvenes, dejándolos con un repertorio de horizontes de vida posibles que conducen, por lo general, a la marginalidad: “Sales del centro y en algunos casos te dan los papeles para que puedas vivir aquí, pero no te autorizan a trabajar ¿qué están queriendo decir? vete a robar o a meterte en la droga”. Explica que muchos quieren estudiar y trabajar, pero que sólo pueden hacerlo en negro, si es que consiguen quién los emplee en esas condiciones.

Ridoun vivió en primera persona el sentirse sospechoso sólo por ser inmigrante: “Unos policías me pidieron que les mostrase mi celular sin motivo, que les diera la clave para demostrar que no era robado, y después darles mi NIE”.

A cualquier sitio que vayas te piden tu documentación, ni siquiera un médico te atiende si no la muestras. A veces por ser inmigrantes es como que no somos personas
Iman y Ridoun Miembros de la Asociación ExMENAs

Ellos entienden que se empuja a los jóvenes inmigrantes a la condición de ciudadanos de segunda categoría. “A cualquier sitio que vayas te piden tu documentación, ni siquiera un médico te atiende si no la muestras. A veces por ser inmigrantes es como que no somos personas, te ven en el metro y te ven con mala cara, agarran más fuerte el bolso, nos meten a todos en el mismo saco: todos somos ladrones, todos consumimos cola, todos somos delincuentes. No es así, hay algunos que tienen el objetivo de trabajar, estudiar para conseguir una mejor vida que la que tendrían en su país”, lamenta.

Georgina Oliva señalaba en su día que desde la institución también intentan abordar las situaciones de vulnerabilidad que atraviesan los llamados “ex-MENAs”, al alcanzar la mayoría de edad: “Hemos planteado a Madrid ofrecer permisos temporales [de trabajo] para que puedan salir de situaciones de vulnerabilidad, además de una tramitación más ágil de los de residencia (…) Mientras, nosotros movilizamos recursos formativos y de inserción laboral para garantizar su autonomía”.

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