De manteros a profesores por un día

Los vendedores ambulantes imparten charlas a niños para evitar actitudes racistas en las escuelas

El País, Alfonso L. Congostrina , 18-03-2018

“El color que tiene tu piel no te hace más inteligente, pero tampoco más malo ni peor que nadie”. A esta conclusión llegaba ayer un menor de nueve años de la Agrupació Escolta Pere Rosselló de Gràcia. El niño, junto con una docena de compañeros, todos ataviados con el pañuelo multicolor que caracteriza a la entidad, participaron la mañana de ayer en la primera escuela antirracista, cuyas clases magistrales las imparten, entre otros, manteros que han sufrido el racismo en sus propias carnes.

La idea parte de la entidad el Espacio del Inmigrante y del autodenominado Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes de Barcelona, la organización formada por los centenares de manteros que diariamente venden diferentes mercancías de forma ilegal en las calles de la capital catalana. En la jornada participan “alumnos” de entre 8 y 12 años. “Creemos que es importante que los niños puedan detectar acciones racistas en las escuelas o en la familia y así evitarlas”, asegura César Ulises, del Espacio del Inmigrante. “Al salir de la escuela antirracista, serán capaces de detectar y denunciar discursos y prácticas racistas”, añade Ulises.

El Espacio del Inmigrante preparó juegos, cuentos y debates

El curso comienza y Paula, una joven de origen latinoamericano, divide en dos a los escoltas del Pere Rosselló. A cada grupo le proporciona una caja de cartas y les da una misión: “Tenéis que construir un castillo de naipes con las cartas y con el material que os voy a entregar”. A un grupo le da celo y plastilina mientras que al otro le da una madeja de lana. El resultado es más que previsible, el grupo que fue agraciado con cinta adhesiva construye una pirámide de cartas. El otro, improvisa una especie de bulto compuesto por un hilo retorcido y alguna que otra carta. Paula pregunta a los menores: “¿Cómo os habéis sentido?”. La respuesta es clara: “Nosotros teníamos celo y éramos los ricos. Teníamos privilegios”. El ejemplo se graba entre los menores, que no se habían planteado la idea de cambiar las reglas, compartir el celo o aprovechar las grietas del sistema para que, sin que nadie lo supiera, compartir la cinta adhesiva con aquellos que no tienen.

En ese momento interviene, Aziz Faye, uno de los portavoces del Síndicato Mantero. Faye les cuenta que tiene 34 años y que es de Senegal pese a que lleva una década en Barcelona. El portavoz les dice que es vendedor ambulante y sostiene que en “Europa hay lugares donde nacen niños que nunca han visto a una persona negra”. Los menores se sienten atraídos por el discurso del mantero, que les asegura que no pudo ir a la escuela y que tiene “ocho hermanos por parte de madre y 26 por parte de padre”. A los menores les sorprende que Faye no haya podido ir a la escuela. “Hoy este mundo está dividido entre los privilegiados y los no privilegiados y entre los ricos y los pobres”, argumenta. El vendedor anima a los niños a esforzarse y trabajar duro para aprender en la escuela. Y concluye: “Todos somos iguales y todos tenemos derecho a una parte de la riqueza como es el agua, la tierra, las plazas…”.

Los organizadores piensan en montar más actividades para menores

Tras el intenso testimonio del mantero, llega un cuento. Una de las improvisadas maestras dice que tiene “la suerte” de haber nacido en Barcelona y la fortuna de que sus padres son de Gambia. La joven asegura haber sufrido el racismo de los que la consideran extranjera pese a haber pasado toda su vida en Cataluña. Habla de una isla habitada por unos poderosos con cordones en los zapatos y estrellas dibujadas en las barrigas mientras que los pobres no tenían esas dos características. “Vino un día una nave espacial y a los que no tenían estrellas en las barrigas y cordones en los zapatos les ofreció dibujárselas por un euro”, prosigue. Cuando todos tuvieron cordones y estrellas, los que antes eran poderosos pagaron para eliminárselas y seguir situados en la cúspide.

Tras la jornada, entre todos dibujaron un mural y cada uno de los participantes fue agraciado con un diploma que acreditaba su contribución a la escuela antirracista. Las entidades organizadoras aseguraron que harán más actividades.

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