Doce meses para salvar doce años de arraigo

NECESITA UN CONTRATO LABORAL DE UN AÑO Y ESTÁ DISPUESTO A TRABAJAR DURO. | Llegó en un cayuco que casi naufraga. ahora quiere compartir su sueño con su novia senegalesa Un reportaje de Ana IbarraFotografía Oskar Montero

Diario de Noticias, , 23-05-2017

Touba, su ciudad natal, significa felicidad y aunque una parte de su sonrisa mantiene intacta la ilusión, la otra se apaga pensando en el sufrimiento de su querida África. En el caso de Senegal, un país tan rico como hermoso, la tasa de paro juvenil es brutal. El que decide abandonar su tierra tiene un destino claro y no se puede permitir un fracaso. Su familia, su gente, no lo entenderían. “Creerían que me echaron por llevar mala vida, que he caído en las drogas o en la delincuencia porque uno viene a trabajar, nada más que a trabajar…”, admite.

Pero este vecino de la Chantrea nunca imaginó que ser un indocumentado en la bella Europa le obligaría a vivir en la clandestinidad como si realmente se tratara de un proscrito. “Si supieran lo que les toca… van a Europa a cambiar de vida y tienen que coger una mochila, ir por los bares a vender y vivir escondido… no vendrían”, admite.

Imposible ser invisible. Su condición de ilegal la lleva tatuada en la piel y en ese traje de vivos colores con el que se expone cada noche en el negocio ambulante. Una situación que se agrava con una detención y que se convalida en una orden de expulsión refrendada en primera instancia. Tiene claro que no fue mala suerte el día en que la policía que iba de “paisano” le pilló vendiendo gayumbos en un bar en Ansoáin. Lo normal es que, sin antecedentes, les caiga una sanción administrativa pero “venían a por mí; recuerdo perfectamente aquel 22 de diciembre de 2015, era el día de la Lotería. Salí a vender y entraron al bar que solía frecuentar. Terminé en el calabozo”, relata. “Lo normal es que la orden de expulsión sea para impedir el regreso en dos o cinco años, no en uno”, afirma en un castellano bastante claro.

El juzgado número 2 de lo Contencioso Administrativo ha decidido desestimar el recurso que Cheikhouna Dieng tramitó contra la orden de expulsión que impuso la Delegación del Gobierno en Navarra en 2016. Su abogado va a recurrir la sanción al TSJN pero mientras gana tiempo sólo le queda una posibilidad de quedarse y es encontrar un contrato de trabajo. Un contrato de un año y de ocho horas diarias.

solidaridad Su historia es la de muchos inmigrantes subsaharianos sin papeles que se la juegan cada día. Viven en casas de “hermanos” y trabajan con una mochila al hombro con la sonrisa más blanca y pacífica que uno pueda imaginar. Una pulsera, un mechero, camisetas, calcetines y zapatillas. Grandes como torres que sobreviven vendiendo pequeñeces. Son las paradojas de la vida. Pero uno se expone a lo que haga falta después de pasar diez días en alta mar y de haber estado a punto de ser engullido por la bravura de sus aguas. Aquel día en que la lancha quedó a la deriva sin gota de gasolina. La mayoría son historias olvidadas. Nadie se preocupa de ellos y muchos ni siquiera han logrado cruzar el charco. Es musulmán, tiene 16 hermanos porque su padre se casó con cuatro mujeres, algo muy común en su país. El clan ya no vive en comunidad porque los hijos han crecido. Su padre tuvo una tienda de alimentación pero ahora no puede trabajar.

sin chaleco salvavidas A Cheikhouna el destino le llevó hasta Ziguinchor, en la costa. Las mafias se encargan de animar el tráfico de seres humanos que llegan a la orilla. “Nos decían: acaban de llegar dos pateras y se nos ponían los dientes largos”, recuerda. Se montaron en aquel cayuco 85 hombres, Cheikhouna sin chaleco salvavidas porque no podía pagárselo. La plaza costaba 450 euros que pidió prestado a amigos. La lancha se paró a los diez días en las proximidad de Tenerife. Era un 30 de septiembre de 2006, un día difícil de olvidar. Era de noche, el mar estaba embravecido y temían que volcara en cualquier momento. “En aquel momento estábamos rezando para que Dios nos ayudara. Pensé en morir, sin duda”, relata. No pasaron ni quince minutos cuando apareció un barco de pescadores que los puso en manos de la Cruz Roja. En Tenerife la Policía Nacional los trasladó a un centro de internamiento. “Teníamos derecho a estar 45 días y luego regresar a tu país o quedarnos en libertad”. De ahí pasaron a un centro de acogida en Valaflor de Cruz Roja. Cheikhouna tenía un contacto en Madrid y a través de Cruz Roja viajó hasta la capital del país.

La ciudad le resultó demasiado grande y le hablaron de un “norte acogedor”. Se vino a Burlada donde un compatriota le acogió en su piso. “Si no hay papeles no puedes trabajar, tienes que vender por los barrios la mercancía”. De ahí pasó a Rochapea y después a la Chantrea donde la gente se ha volcado en su defensa. “Los vecinos me apoyan muchísimo”, asegura mientras le saludan en la cafetería situada frente al parque de El Mundo. Todos le conocen.

Tiene suerte porque en su caso todo un barrio se ha volcado con él. En este momento trabaja en un centro ocupacional de Cáritas y vive con otros cuatro camaradas del Senegal. Tiene 36 años. Sabe castellano, algo de francés, además de chapurrear euskera, domina los preceptos del Corán y durante más de diez años trabajó en Touba en una fábrica de máquinas de coser. “Con 50 euros al mes no llegaba para ayudar a mi familia. Mi padre no quería que cogiera el barco pero al final me vine…”, explica. En realidad tenía razones de peso. Su gran ilusión es poder traer a Anta a nuestro país y formar una familia. Y también quisiera que estudiara aquí su hermana pequeña que tiene seis años.

La que quiere sea su prometida (Cheikouna es un chico serio) tiene 23 años y es “simpática y bonita de verasss”. Se conocen desde que son pequeños y hablan por teléfono a diario. “Son culturas diferentes las que tenemos aquí y allí, ambas tienen cosas my buenas pero yo de fondo me siento musulmán”, resalta. “He aprendido mucho. Aquí me gusta el carácter de la gente, son abiertos, tolerantes y educados. En todos los locales del barrio donde entro me invitan a tomar algo, a jugar al futbolín o me vacilan… están conmigo y eso me anima”, asegura. Lo expresa con otras palabras pero también habla de un barrio humilde, obrero y reivindicativo.

El trabajo no le asusta. Ha sembrado alubias en el campo, sabe coser, le ha tocado arrimar el hombro en la tienda de su padre y sabe lo que es trabajar de noche. “Hay alguna oferta por ahí pero no está confirmada. Ojalá salga algo”, explica. En Twitter triunfa el hastag LaCuadrillaDe Cheikhouna que también se ha hecho famoso “Txejuna” porque desde que aprende euskera ha llevado por segunda vez el lekuko en la Korrika y en Navidad le visitó Olen – tzero. “Yo hablo el wólof. La lengua es tu cultura y lo que eres. Lo mejor que tienes”.

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