DAVID AFKHAM

«LA CULTURA ES NUESTRA IDENTIDAD»

Director de la Orquesta Nacional. «Alemán de origen persa que hablaba francés en la frontera de Suiza». Así se definía quien va a llevar la batuta en la ONE a partir de la próxima temporada, pero este fin de semana ha vuelto a demostrar su valía. «El director no debe ser un dictador pero tampoco un policía de tráfico», dice

El Mundo, RUBÉN AMÓN MADRID, 16-02-2015

David Afkham (Friburgo, 1973) es un alemán con matices. Tantos matices que proviene de una familia persa. Que estudió en un colegio francés. Y que despuntó como director de orquesta en Londres. Le puso en órbita el premio Donatella Flick en 2008. Tres años antes de presentarse con la Orquesta Nacional y de producirse un flechazo premonitorio. Por eso Afkham aceptó la titularidad. No a ciegas. De oído.

Empezará a desempeñarla la temporada que viene, pero ha dirigido a la ONE este fin de semana en Madrid con arreglo a un programa que puso el cartel de no hay billetes. Tocó Maria Joao Pires el Cuarto de Beethoven. Y dirigió Afkham la Cuarta de Shostakovich.

La partitura destaca en la mesa de su camerino. Allí nos recibe el maestro mucho más apocado de lo que parece en escena. Le resulta pudoroso hablar de su carisma. Se le detecta una cierta timidez. Es un conversador ameno, reflexivo. Y preocupado. Preocupado por la subordinación de la cultura en Occidente. E indignado. Indignado por la epidemia continental de populismos. Incluido el fenómeno filonazi que representa Pegida en Alemania.

«Me cuesta mucho trabajo asistir al desmoronamiento de una Europa liberal que nos parecía el remedio a tantos errores de la historia. Creíamos haber descubierto el valor enriquecedor de la identidad. No como un fenómeno restrictivo, sino como una suma de rasgos y de posibilidades. Yo mismo era un alemán de origen persa que hablaba francés en la frontera de Suiza. Y me parecía que Europa era la gran oportunidad, pero la crisis ha multiplicado la frustración y el desengaño. Entiendo la desesperación de la gente, pero me desagrada que el populismo o la extrema derecha o el neonazismo, manipulando a su antojo los chivos expiatorios, pretendan corromper nuestro ámbito de convivencia. Sigo creyendo en él».

Y cree Afkham cada vez menos en la dieta con la que los gobiernos europeos, el español incluido, han subestimado la cultura. O la han degradado a un aspecto marginal, castigándola con recortes económicos que desenfocan el problema. Por eso Afkham concuerda con un aforismo de Claudio Abbado. Que fue su maestro: la cultura engendra riqueza, y no al revés.

«La cultura es la razón que ha hecho de Occidente un espacio para el desarrollo del pensamiento, del arte, de la música. La cultura es nuestra identidad, y no creo que puedan esgrimirse razones puramente económicas o presupuestarias para incitar los recortes. Ocurre en España, pero en Alemania también. Renunciar a la cultura es renunciar a lo que somos».

Tiene sentido insistir en Abbado. Esta vez por cuestiones puramente musicales, toda vez que David Afkham reconoce en la figura del maestro italiano el gran antecedente de la abolición del podio.

Y no porque el director de orquesta tenga que capitular, sino porque la superioridad jerárquica, muchas veces vinculada a los resabios de la dictadura, debe someterse a la prioridad armónica de «hacer música juntos».

«El director de orquesta tiene que llegar al podio con un criterio, desde luego. Y debe liderar. Es un primus inter pares, para entendernos, pero mi experiencia demuestra que el gran fenómeno musical se produce cuando una orquesta intenta y logra hacer música de cámara, cuando los músicos se escuchan entre sí, cuando el director establece un criterio, no por imposición, sino porque representa un camino de comprensión entre todos. Creo que el director de orquesta no debe ser un dictador. Ni tampoco pienso que deba resignarse al papel convencional de un guardia de tráfico».

Tiene ganas David Afkham de comenzar su relación formal y oficial con la ONE. Le atrajo de ella la energía. Le gustó la vitalidad de los músicos, el apasionamiento. Le impresionó la facilidad con la que pudo entenderse con ellos, cuestionando implícitamente las limitaciones que puso Rubinstein al oxímoron de una orquesta española: «el individualismo de los españoles contradice que puedan formar una orquesta», decía el pianista.

Discrepa Afkham. Y sostiene que su gran desafío en el podio consiste en lograr que una orquesta se convierta en la extrapolación de un cuerpo. O de un corpus. El término lo utiliza el maestro, no por pedantería, sino porque abarca un mayor espacio semántico y conceptual. El todo.

«De la Orquesta Nacional de España me atrajo la oscuridad de su sonido», explica. «Una oscuridad sugerente, bella, que además me permitía intentar conducirla en un viaje a la claridad. Me motiva mucho establecer una relación estable y leal con esta orquesta. Me interesa que podamos recorrer juntos este camino. Por eso mi implicación va a ser absoluta. Venir a Madrid no significa tocar unos cuantos conciertos. Supone hacer un trabajo juntos para que la ONE sea reconocible en un sonido y en una personalidad. Buscando además un repertorio versátil, ambicioso. Y esa posibilidad me parece una oportunidad fascinante de la que estoy muy convencido».

Quizá es la manera con la que Afkham garantiza un pacto de fidelidad. Tres años forman el compromiso a partir de la temporada próxima, pero tenemos la sensación, aquí los melómanos, de que las ofertas internacionales pueden marear al maestro, como ocurre con un crack en un equipo de fútbol que no juega la Champions League.

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